martes, 25 de agosto de 2015

FAMILIA HOY: ¡EDUCAR…! (FIN)

                                       ¡QUIÉN  Y  CÓMO  LO  HARÁ?


Dijimos: Educar es cambio de conducta. Instrucción, en cambio, es capturar conocimientos de la naturaleza e introducirlos en la bóveda mental. De ahí el contrasentido: muchos inteligentes, curiosamente cometen inexplicables torpezas.

Luego, se puede ser muy instruido y a la vez, muy maleducado. Nuestra sufrida patria, soporta esta chatura cívica. También los padres son los primeros catequistas de sus hijos. Por tanto, educar en la fe es tarea ineludible.

“Un obstáculo particular para la obra educativa es la masiva presencia en nuestra sociedad y cultura, del relativismo que, al no reconocer nada como definitivo, deja como última medida sólo el propio "yo" con sus caprichos, y bajo la apariencia de la libertad, se transforma  para cada uno en una prisión, porque separa al uno del otro, dejando a cada uno encerrado dentro de su propio YO.

Por consiguiente, dentro de ese horizonte relativista no es posible una auténtica educación, pues sin la luz de la verdad, antes o después toda persona queda condenada a dudar de la bondad de su misma vida y de las relaciones que las constituyen de la validez del esfuerzo por construir con los demás algo en común. Educa quien verdaderamente ama. (Benedicto XVI).

En esta iglesia doméstica, los padres deben ser para sus hijos los primeros predicadores de la fe mediante la palabra y el ejemplo, y deben fomentar la vocación de cada uno, pero con cuidado especial la vocación sagrada.

Al relacionarse la iglesia y la familia cristiana, ambas salen beneficiadas. La gran iglesia recuerda que no puede ser ni funcionar como una sociedad o una empresa, sino que ha de ser la familia de los hijos de Dios, donde las vinculaciones afectivas tienen el relieve debido. 

Y la pequeña iglesia que es la familia cristiana  recuerda que no puede concebirse ni actuar como una estructura cerrada que se autoabastece, ajena a la misión eclesial. Como la Iglesia grande, sólo que a escala reducida, la familia cristiana es comunidad evangelizadora.

Papá y mamá, educando a sus hijos, completan el haberles engendrado y participan  en la pedagogía  de Dios que es al mismo tiempo  paternal  y maternal. “La educación es, pues, ante todo un dádiva de la humanidad por parte de ambos padres. Esto es también un dinamismo de reciprocidad, en el cual los padres-educadores son, a su vez, educados en cierto modo. 

Los padres son los primeros y principales educadores de sus propios hijos. Reciben en el matrimonio la gracia y la responsabilidad de la educación cristiana en relación con los hijos a los que testifican y transmiten a la vez, los valores humanos y religiosos. (Mons. Manuel Sánchez Monge)

Una tarea urgente para los padres: Hacer que la excesiva polución informativa que oferta como “imprescindible” todo tipo de productos y servicios totalmente superfluos, no eduquen a los hijos como idiotas e indecentes morales, recomienda Carlos Díaz, y agrega:

Viviendo de otro modo, con templanza. La templanza grita a los padres: ¡Moderen el despilfarro, tengan austeridad! Si lo hacen (no únicamente si lo dicen), los hijos aprenderán que no es más feliz quien más tiene. Si no se desea mucho, hasta las cosas más pequeñas parecerán grandes. 

Recordemos a Sócrates….!cuánto es lo que no necesito y lo que necesito, cuán poco lo necesito!  La familia sobria no piensa en lo que no tiene, se complace con lo que tiene.

La templanza se manifiesta de cuatro maneras en cuanto a los bienes: en la manera de conseguirlos, de conservarlos, de aumentarlos y de usarlos bien. El hombre superior ama su alma. El inferior, sus cosas. Las personas sobrias cuidan los pequeños gastos, sin caer en la avaricia, por eso gastan una moneda menos de lo que ganan.

Quien compra lo superfluo no tardará en vender lo necesario. Sólo un lujo es irreprochable: el lujo de despojarse de lo superfluo, un lujo bendito que comienza por educar mejor los hábitos del gusto y del consumo. La templanza, por lo tanto, es una virtud del día a día, de la vida corriente. (cfr. Carlos Díaz - Corriente Arriba p. 74)

Los hijos aprenden lo que viven sus padres. ¿Cuántos papás actúan como verdaderos monos con pantalones ante sus pequeños hijos, arrojando desde el vehículo basura a la calle? ¿Cuántos papás modernos convierten a sus hijos en verdaderos monstruitos sociales, porque todo lo permiten sin medida ni barreras en nombre de Yo quiero, a mi me gusta, nadie va a decirme lo que tengo que hacer, etc.?

Es decir, cuántos padres son ejemplos de indecencia, mal gusto y deshonestidad para sus hijos?  

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