¿QUÉ DICE LA IGLESIA DE
ELLA?
La Eutanasia es
una grave violación de la Ley de Dios, en cuánto eliminación deliberada y
moralmente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la
ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de
la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal. Semejante
práctica conlleva, según las circunstancias, la malicia propia del suicidio o
del homicidio.
Ahora bien, el
suicidio es siempre moralmente inaceptable, al igual que el homicidio. La
tradición de la Iglesia siempre lo ha rechazado como decisión gravemente
mala...Bajo el punto de vista objetivo, es un acto gravemente inmoral, porque
comporta el rechazo del amor a sí mismo y la renuncia a los deberes de justicia
y de caridad para con el prójimo, para con las distintas comunidades de las que
se forma parte y para la sociedad en general.
En su realidad
más profunda, constituye un rechazo de la soberanía absoluta de Dios sobre la
vida y sobre la muerte, proclamada así en la oración del antiguo sabio de
Israel: «Tú tienes el poder sobre la vida y sobre la muerte, Haces bajar a las
puertas del Hades y de allí subir» (Sb 16, 13; cf. Tb 13, 2).
Compartir la intención
suicida de otro y ayudarle a realizar mediante el llamado «suicidio asistido» significa hacerse colaborador, y algunas veces autor en primera persona, de
una injusticia que nunca tiene justificación, ni siquiera cuando es solicitada.
«No es lícito
—escribe con sorprendente actualidad San Agustín— matar a otro, aunque éste lo
pida y lo quiera y no pueda ya vivir... para librar, con un golpe, el alma de
aquellos dolores, que luchaba con las ligaduras del cuerpo y quería desasirse
».
La eutanasia,
aunque no esté motivada por el rechazo egoísta de hacerse cargo de la
existencia del que sufre, debe considerarse como una falsa piedad, más aún,
como una preocupante « perversión » de la misma. En efecto, la verdadera
«compasión» hace solidarios con el dolor de los demás, y no elimina a la
persona cuyo sufrimiento no se puede soportar.
El gesto de la
eutanasia aparece aún más perverso si es realizado por quienes —como los
familiares— deberían asistir con paciencia y amor a su allegado, o por cuantos —como
los médicos—, por su profesión específica, deberían cuidar al enfermo incluso
en las condiciones terminales más penosas.
.
Ciertamente
existe la obligación moral de curarse y hacerse curar, pero esta obligación se
debe valorar según las situaciones concretas; es decir, hay que examinar si los
medios terapéuticos a disposición son objetivamente proporcionados a las
perspectivas de mejoría.
La renuncia a
medios extraordinarios o desproporcionados no equivale al suicidio o a la
eutanasia; expresa más bien la aceptación de la condición humana ante la
muerte. (Textos de la Encíclica “Evangelium Vita”)
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