LOS OTROS SON MALOS...
El Evangelio relata:
“Dijo también a
algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola:
«Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El
fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: "¡Oh Dios! Te doy
gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni
tampoco como este publicano.
Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis
ganancias. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni
a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh
Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!". Os digo que éste bajó a su
casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y
el que se humille, será ensalzado”.
El
protagonista podría ser hoy un profesor, mecánico, policía o sacerdote. Podemos poner todas las profesiones del
mundo. Porque en todas las profesiones hay gente que se reputa el
mejor de todos. Naturalmente, acaban despreciando a los demás y midiéndolos
de arriba a bajo. La pregunta: ¿desprecian a los demás por creerse mejores o, desprecian a los demás "para" considerarse superiores?
Somos seres limitados con las flaquezas,
defectos y equivocaciones humanas. Nadie es materia auto-redimible,
necesitamos ayuda de Dios, que mediante la gracia de la fe orienta nuestras
decisiones y nos sostiene en el combate de cada día.
En el caso del publicano, a quien se lo
ve, aparentemente, muy alejado de la santidad, puede ser modelo de acogida por
la misericordia de Dios, porque tiene conciencia de sus humanas debilidades y
necesitado de perdón.
El fariseo, en cambio, con idiotezca
arrogancia, hace alarde de su "perfecta conducta moral", expresión de por sí, ya
rechazable. Con palabras poco cultivadas, podríamos definir a este tipo de
personas como aquel que: cree estar posicionado en la cresta de las
olas, sin enterarse que no es sino, sucia espuma, a orillas del mar.
Reconocerse pecador exige valentía y humildad
para admitir conductas equivocadas: vida mentirosa, daño hecho al prójimo y a
las instituciones, adulterios, corrupción….. Por consiguiente, realizar toda esta
tarea no es de tontos ni de cobardes. Es más bien, “Mi amor
es todo lo que necesitas; pues mi poder se muestra mejor en los débiles” (cfr. 2 Cor.
12,9).
Convertirse literalmente es dar la
vuelta, desandar, apartarse y regresar al camino correcto. El arrepentimiento
es un cambio interior completo en nuestros pensamientos más profundos, la
conversión es la rápida puesta en marcha, fruto del arrepentimiento. Convertirse
es, literalmente dar la vuelta, desandar y cooregirse.
Es dar media vuelta para ir en otra
dirección. Es pasar de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida.
Significa renunciar a nuestras concepciones erróneas, a nuestra arrogancia
de creernos mejores y superiores a los demás.
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