jueves, 4 de agosto de 2011

IGLESIA Y POLÍTICA


CUESTIONES DE ANTES Y DE HOY

Se ha dicho una y otra vez, en el verdadero sentido de la palabra, que política es el conjunto de verdades teóricas y prácticas que conciernen a la sociedad civil y al Estado. Estas verdades se refieren al origen de la sociedad y al fin para el cual ha sido constituida. Política, según algunos Papas, es el acto más sublime de ejercitar la caridad, habida cuenta que ella se realiza para el logro del bien común.

Pero también tiene un sentido peyorativo, entendiéndose en este caso, por política, la lucha entre partidos políticos y adherentes, intrigas, calumnias y demás perlas de las cuales hace gala una mayoría de nuestra fauna política-partidaria.

La Iglesia y la Política. La Iglesia no tiene la misión de hacer política, propiamente dicha. Esto es, no debe inmiscuirse en cuestiones de técnica política; por ejemplo en la formación del gobierno, en la elección de autoridades, etc. Estas cuestiones dependen exclusivamente de la autoridad del “César” o de la libre elección de los ciudadanos, dirá Secundino Núñez.

Pero la Iglesia tiene la doble misión de recordar los principios generales de orden moral que deben guiar toda actividad humana, tanto política como de otra naturaleza, y de señalar a sus hijos, en la práctica política, dónde está el deber moral y en qué condiciones deben cumplirlo, afirma J. Verdier, ex Cardenal de París.

Así las cosas, la Iglesia no está fuera, sino por encima de los partidos, en el sentido de que las acciones de los políticos, siendo actos humanos, deben ser orientados hacia su último fin, que es el bien común de las personas que viven en la “polis”.

Si el político se declara cristiano, sus acciones deben ser adornadas por actitudes cristianas, como solidaridad, respeto, responsabilidad, honestidad y demás virtudes propias de quien se dice o hace llamar cristiano. Es una deducción lógica que no admite discusión.

Se equivocan aquellos que quieren arrinconar a la Iglesia en sus templos, como afirmara tan certeramente Juan P. II, más aun si quienes pretenden tal despropósito, se declaran seguidores de Cristo. ¿No es éste un colosal disparate?

En nuestra "política gorilesca" casi el 90% de los políticos se declara cristiano y muchos sin empacho, ensayan grotescamente ciertos pasajes bíblicos en sus discursos; otros se animan a balbucear tímidamente el nombre de “Jesucristo”, pero sus hechos sólo confirman que se deleitan en su soberbia y acaban sintiendo temor  y  asco por la excelencia de la verdad.

¡Grave problema ético! Las conciencias pudieran estar averiadas, habida cuenta que los hombres – dice Gilson – somos muy aficionados a decir que buscamos la verdad, pero muy reacios a aceptarla. Amar la verdad es la primera condición para conocerla en profundidad. ¿Cuántos de nuestros tribunos-políticos conocen la verdad?

Por ello y por otras más, la Iglesia tiene mucho que decir a los políticos y demás autoridades que tienen la grave misión de gobernar un pueblo. Al fin y al cabo todos somos iglesia, es decir, parte del cuerpo místico de Cristo. 

El político que pueda entender esta verdad.. que lo entienda. Será de mucho provecho personal, como también para la comunidad a quien dice servir. Amén!

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