jueves, 25 de agosto de 2011

EL LIBRE ALBEDRÍO....

¡...ESTÁ PRESO....!

No pocos han pronunciado, leído o escuchado, esta bella expresión: ¡libre albedrío! Pero, ¿qué tanto se entiende y, cuántos lo entienden?  Sabido es que ser libre no es sólo gozar de libre albedrío, porque este don puede convertir al hombre en esclavo.

La libertad puede encadenarse a sí misma cuando por su uso y abuso, el individuo elige lo que le disminuye como persona. Sucede frecuentemente, por ejemplo, cuando algún desubicado, con total impunidad, aplasta el derecho y la tranquilidad del semejante, torturándolo con polución sonora, de día, noche y madrugada.

Tal vez el imbécil en cuestión viva con cierta ilusión de estar y ser libre, pero en realidad, está encadenado por su tremenda ignorancia y salvaje prepotencia, lejos, muy lejos de la verdadera libertad.

Si las instituciones que deben velar por el cumplimiento del orden no lo hacen, por cobardía o complicidad, también están encadenadas por su propia desidia. Es que, actuar con valentía y responsabilidad no siempre es fácil. Los apetitos desordenados son pesadísimas cadenas que arrastran desmesuradamente hacia el mal.

Sólo saldremos de esta terrible prisión cuando nos decidamos por la única opción que libera, que permite el desarrollo de la persona y que perfecciona su libertad, esto es, por la verdad, nos recuerda Antonio Orozco en su libro “Libertad en el pensamiento” p. 18.

Muchas veces me pregunto si esta manada de inadaptados que compone, lo que con doliente ironía llamamos “aborto social” - que inunda, enmohece y lastima la armónica convivencia colectiva -  ¿tiene al menos vaga noción del significado de vocablos como verdad, libertad, respeto y bien común?

Un importante universo de jóvenes desatinados son victimas, y a la vez, victimarios en este caos establecido. Victimas, porque no han recibido educación en casa. Victimarios, porque se constituyen en verdaderas hordas que desparraman desorden, irrespeto y prepotente salvajismo en perjuicio de ciudadanos decentes, y del bien común.

Este tipo de juventud se arriesga a adquirir una inteligencia prematuramente fatigada, cuando no atrofiada, porque su inquietud y dinamismo están movidos solo por lo superficial y frívolo, es decir, por lo pererí y el vyroreí. El buen gusto y la decencia son atributos absolutamente desconocidos. Naturalmente, no apunta a lo esencial, a la verdad, porque la verdad tiene sus exigencias y éstas desagradan y ahuyentan.

Por ello, el libre albedrío está preso, pues quien está libre, no siempre es libre. Se podrá estar libre y ser libre sólo cuando se piense con verdad, se hable con verdad y se viva con la verdad. ¿Puede haber dominio sobre sí mismo y sobre las cosas si el individuo no sabe qué son las cosas y qué es uno mismo y para qué está en el mundo? (p.17)

Quizá una profunda reflexión nos haga caer en la cuenta que parte de este desorden social, es culpa de los padres, quienes no hemos sabido orientar a nuestros hijos, ni darles las herramientas básicas necesarias para que ellos puedan vivir como seres inteligentes en una sociedad. Ya lo dijo Aristóteles, “quien no sabe vivir en sociedad, es una bestia o un dios”

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