“Si quieres triunfar, ilumina tu ser con la luz de los eternos e inmutables principios de la verdad”, escribe Ciriaco Izquierdo Moreno en su libro La Autoestima. La persona sólo es totalmente persona si se supera a sí misma en comunión y unión con Dios.
Nuestras relaciones humanas no pocas veces son complicadas y angustiantes, porque se entremezclan amor y odio, ilusión y frustración, triunfos y fracasos, momentos de alegrías y sufrimientos. Por tanto, vivir es un constante desafío, hoy, quizá más acentuado que el ayer, no tan lejano.
Anhelamos con fuerza la felicidad y no siempre encontramos el correcto camino hacia ella. Equivocadamente la buscamos en el status social, en la corbata, en la abultada billetera, en las cualidades físicas, en los títulos académicos o en los aplausos fáciles.
No siempre caemos en la cuenta que valores y virtudes morales son elementos que edifican y ennoblecen al hombre. Vivir es amar al semejante, a la naturaleza, de donde se sigue que sólo quien tiene autoestima es capaz de amar a los demás, porque se ha autoestimado, primero a sí mismo.
Quien posee esta cualidad no vive angustiado por el “qué dirán” ni es rehén del eventual fracaso, es decir, su felicidad no depende de la consideración del “los demás” Él se sabe fuerte y seguro, no por soberbia sino porque se estima y valora en su justa medida. Reconoce con humildad sus cualidades y encara con sobriedad sus humanas limitaciones, intentado superarlas.
Por ello, orienta su mirada hacia arriba, clama y reclama la luz que guíe sus pasos y permite que el rostro de Dios brille en su interior para obrar con veracidad. Entonces, no teme, supera los obstáculos y zancadillas propias que deparan a los que están expuestos por actuar con excelencia. (conf. Ec. 4, 4)
El ser humano ha nacido para convivir en la polis, pero esta tarea no es fácil, ni en el ámbito personal, familiar o laboral. Las dificultades de nuestro “vivir-con” no pocas veces se hacen lacerantes por falta de capacidad de diálogo, respeto mutuo y solidaridad, entre otros males de nuestra sociedad.
Por ello vivir adecuadamente supone un tremendo esfuerzo humano: exige elevar la puntería emocional, el autoconocimiento, la empatía y el uso correcto de la razón. Muchas conductas reprochables en nuestra sociedad obedecen a la baja autoestima de sus miembros. La ignorancia culpable, la estúpida arrogancia entre otras vicios, suelen ser inamovibles inquilinos por no estimase a sí mismo.
Es necesario y urgente, por tanto, apostar por la educación. Una persona educada y con autoestima, aunque carezca de conocimientos académicos, hace agradable las relaciones interpersonales en el lugar de trabajo, en la escuela, en el hogar.
Apostemos por una sociedad más amigable y fraternal. El lucro beneficiará a todos.
Apostar por la educación. José Mujica dijo:Y amigos, el puente entre este hoy y ese mañana que queremos tiene un nombre y se llama educación.
ResponderEliminarY miren que es un puente largo y difícil de cruzar.
Porque una cosa es la retórica de la educación y otra cosa es que nos decidamos a hacer los sacrificios que implica lanzar un gran esfuerzo educativo y sostenerlo en el tiempo. Saludos cordiales.