viernes, 10 de diciembre de 2021

¡LA PALABRA! Hoy ¿qué valor tiene?

 
¿Hoy, cuánto vale la palabra empeñada? En tiempo no muy lejano, cumplir lo acordado era “pilar básico” sobre el que se edificaba un nexo personal o laboral. A parecer, hoy, honrar los compromisos libremente asumidos, es insignificante, peteĩ vyrorei. 

Olvidamos que ser fiel es un modo de ser justos. ¿Qué pasó del ciudadano correcto, veraz? Olvidamos que la fidelidad nos hace justos. Al punto, la fastidiosa pregunta, ¿Qué significa hoy ser justo, responsable y veraz...? 

Dicen que hoy vivimos (estudiando, trabajando, compartiendo, operando), empapados en climas de hipocresía y cinismo, pero el que es fiel y leal supera trabas. Es muy lindo decirlo, pero 

Nuestros padres y abuelos pactaban en base a la palabra dada. Se daban la mano, gesto que valía más que un documento. No se firmaban papeles. Hoy un documento firmado y sellado, según el caso, podría tener la misma validez “que rascarse la nariz”. 

Así campean victoriosos el fraude, la estafa, el pokaré y el japú-mentira; vicios comunes, tolerados alegremente como “signo de nuestro tiempo, porque hay que ser manso, benigno como Jesús -dirá el cara rota- y no pocas veces aplaudido por la masa. 

Antes, quien que faltaba a su palabra era censurado. Hoy no es raro que un mentiroso, amén de no ser mínimamente importunado, sea “ovacionado” en cualquier acto público. 

Quien permanece fiel sólo a sí mismo, a su propio egoísmo, se torna un paria social. Así,  es urgente abocarnos a la tarea de recuperar el valor de la palabra empeñada, cumplir con las promesas libremente asumidas. La fidelidad es virtud de gente superior.

Fidelidad, decencia, respeto, honestidad…son valores que permanecen en el tiempo, que la maltrecha posmodernidad no puede desechar. Si un valor vale, valdrá de suyo y para siempre, pese al disenso generacional e independencia de todo pacto posible, dirá C. Díaz. 

Luego, hoy más que nunca, el precepto evangélico es brújula orientadora para lograr una sabrosa convivencia humana, comenzando por honrar nuestra palabra, nuestra promesa: Quien es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho (Mt 25-23). 

Con razón decía Max Muller: “La verdad necesita ser repetida mientras haya hombres que no creen en ella”. Porque, ya se dijo: “hay un esfuerzo general por suprimir la noción de moral en la familia y en la política”. 

Si no podemos cumplir el horario pactado…al menos tengamos el valor de avisar. Eso es respetar al otro, pues el no hacerlo es ignorancia-arrogancia. Triste imagen del paria social, peor aún, si por sentirse superior, ostenta algún título de grado. 

Todos somos responsables de todo, y yo más que nadie, pues una responsabilidad que se cede a otros ya no es tal. Y responsabilidad es, no hacer paraísos políticos sobre tumbas sociales, ni cementerios políticos sobre paraísos sociales. (C. Díaz-C. Arriba p. 130) 

Nada daña más la confianza y respeto en uno mismo y en los demás, prometer y mentir“Dar la palabra” es empeñar la dignidad, como prueba de que cumpliremos la promesa. Si no podemos cumplir, mejor callar, antes que mentir. ¡Es malo y feo no ser creíble! 

Cuando ustedes dicen “sí”, que sea realmente sí; y, cuando dicen “no”, que sea no. Cualquier cosa de más, proviene del malo (Mt.5-37). No valen torpes excusas emotivas, irracionales. Alguien dijo: siempre el orgullo precede a la caída. 

Aprovecho esta ocasión para expresar gratitud a los seguidores de “Mi Espacio”, a pesar de mi escaso cultivo académico y áspero malhumor (plagueos)... por soportarme, comportarme y no deportarme, al decir de aquel amigo. ¡Que estén todos bien!

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