miércoles, 17 de julio de 2019

LA PALABRA HOY…

¿QUÉ TANTO VALE?
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Con frecuencia solemos recordar que en décadas no muy lejanas, la gente encarnaba en su cotidiano vivir, uno de los valores de talla: La palabra de honor

Es evidente que la sociedad y las relaciones interpersonales eran muy diferentes. Y es porque, entre otras, las personas tenían por hábito, cumplir con la palabra empeñada, de tal manera que la gente se podía fiar sin temor del semejante.

Lo curioso es que la “moda de incumplir” nada tiene que ver con el grado académico ni el rol social del mentiroso y deshonesto terrícola posmoderno. Mentiroso, porque ya sabía que no iba a honrar su promesa. Deshonesto, por la cobardía de no reconocer la falta.

Así las cosas, miente quien en carretillas pasea sus cartones académicos (hetá i título); el docente; el alumno; el deudor, vecino, marido, socio; patrón; empleado, papá y mamá; autoridades y quienes prometen culminar un servicio cualquiera diciendo: “podés venir a tal hora para retirar...ya va a estar ya”…y la larga lista de mentiras piadosas puede seguir…

Y en nuestra graciosa manera de hablar no sería raro que alguien con enfermiza ingenuidad reclame: ¿por qué pio lo que te extrañás masiao loo? ¡Voi ko no saé que hasta los documentos y las firmas loo se falsifican!

Si no nos redimimos y nos pasamos desconfiando de todo y de todos ¿qué tipo de convivencia social nos espera? ¿No acabaremos desconfiando de nuestros familiares y amigos? Si nos igualamos por debajo de nuestra existencia, creyéndonos letraditos-pokaré-mbareté…¿Qué tenemos para ofrecer?

Cuando prometemos… ¡cumplamos!. Si las circunstancias nos impiden honrar la palabra, lo correcto es que pronto tomemos el teléfono para cancelar el compromiso. Ello es sinónimo de delicadeza personal y respeto al otro. Virtudes que ayudará a ir mejorando nuestra enanizada existencia.

Desterremos la vieja y saludable práctica de fingir, simular, hacerse el desentendido, no ocuparse, no hacer lo que se debe, es decir, desapegarnos de esa especie de segunda piel que tanto identifica a la fauna guaraní: el nembotavy.

Si nos jactamos de haber dejado atrás nuestras costumbres cavernarias y dominamos  con alocado orgullo la tecnología, nos creemos “progre” por vivir en la posmodernidad, hagamos lo posible para recuperar valores que nos permitan una mejor convivencia humana.

Así las cosas, cuando decimos SI, que sea SI y cuando es NO que sea NO con sinceridad. Cuando prometemos algo, que esas pesen y valgan lo suyo. No olvidemos lo que alguien dijo: Valemos lo que valen nuestras palabras y promesas.

Hay culturas y países donde la palabra es más importante, incluso que el dinero y demás bienes materiales. Tanto es así que si faltamos a ella, perdemos credibilidad, incluso, el empleo y hasta la amistad.

¿Acaso los paraguayos somos menos personas o menos dignos que otros humanos?. Tenemos músicas y versos que hablan de la valentía, coraje y demás adjetivos que halagan nuestro ser guaraní. Hagamos, pues, honor esas consideraciones que nos tenemos.

Además, si no cambiamos “nuestras malas costumbres que nada tienen que se parezcan a otra nación”, el legado para nuestros hijos será lo peor, al transmitirles tan mal ejemplo. Porque los hijos copian lo que hacen sus padres, no lo que dicen.

No olvidemos el antiguo adagio que reza: Explicamos lo que sabemos; pero enseñamos lo que somos”.

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