Con frecuencia solemos recordar que en
décadas no muy lejanas, la gente encarnaba en su cotidiano vivir, uno de los
valores de talla: La palabra de honor
Así las cosas, cuando decimos SI, que sea SI y cuando es NO que sea NO con sinceridad. Cuando prometemos algo, que esas pesen y valgan lo suyo. No olvidemos lo que alguien dijo: Valemos lo que valen nuestras palabras y promesas.
Es evidente que la sociedad y las
relaciones interpersonales eran muy diferentes. Y es porque, entre otras, las
personas tenían por hábito, cumplir con la palabra empeñada, de tal manera
que la gente se podía fiar sin temor del semejante.
Lo curioso es que la “moda de incumplir” nada tiene que ver con el grado académico ni el
rol social del mentiroso y deshonesto terrícola posmoderno. Mentiroso,
porque ya sabía que no iba a honrar su promesa. Deshonesto, por la
cobardía de no reconocer la falta.
Así las cosas, miente quien en carretillas
pasea sus cartones académicos (hetá i título); el docente; el alumno; el
deudor, vecino, marido, socio; patrón; empleado, papá y mamá; autoridades y
quienes prometen culminar un servicio cualquiera diciendo: “podés venir a
tal hora para retirar...ya va a estar ya”…y la larga lista de mentiras
piadosas puede seguir…
Y en nuestra graciosa manera de hablar no
sería raro que alguien con enfermiza ingenuidad reclame: ¿por qué pio lo
que te extrañás masiao loo? ¡Voi ko no saé que hasta los documentos
y las firmas loo se falsifican!
Si no nos redimimos y nos pasamos
desconfiando de todo y de todos ¿qué tipo de convivencia social nos espera? ¿No
acabaremos desconfiando de nuestros familiares y amigos? Si nos igualamos por
debajo de nuestra existencia, creyéndonos letraditos-pokaré-mbareté…¿Qué
tenemos para ofrecer?
Cuando prometemos… ¡cumplamos!. Si las
circunstancias nos impiden honrar la palabra, lo correcto es que pronto tomemos
el teléfono para cancelar el compromiso. Ello es sinónimo de delicadeza
personal y respeto al otro. Virtudes que ayudará a ir mejorando nuestra
enanizada existencia.
Desterremos la vieja y saludable práctica de
fingir, simular, hacerse el desentendido, no ocuparse, no hacer lo que se debe,
es decir, desapegarnos de esa especie de segunda piel que tanto identifica a la
fauna guaraní: el nembotavy.
Si nos jactamos de haber dejado atrás
nuestras costumbres cavernarias y dominamos con alocado orgullo la
tecnología, nos creemos “progre” por vivir en la posmodernidad, hagamos lo
posible para recuperar valores que nos permitan una mejor convivencia humana.
Así las cosas, cuando decimos SI, que sea SI y cuando es NO que sea NO con sinceridad. Cuando prometemos algo, que esas pesen y valgan lo suyo. No olvidemos lo que alguien dijo: Valemos lo que valen nuestras palabras y promesas.
Hay culturas y países donde la palabra
es más importante, incluso que el dinero y demás bienes materiales.
Tanto es así que si faltamos a ella, perdemos credibilidad, incluso, el empleo y
hasta la amistad.
¿Acaso los paraguayos somos menos personas
o menos dignos que otros humanos?. Tenemos músicas y versos que hablan de la
valentía, coraje y demás adjetivos que halagan nuestro ser guaraní.
Hagamos, pues, honor esas consideraciones que nos tenemos.
Además, si no cambiamos “nuestras malas costumbres que nada tienen
que se parezcan a otra nación”, el legado para nuestros hijos será lo
peor, al transmitirles tan mal ejemplo. Porque los hijos copian lo que
hacen sus padres, no lo que dicen.
No olvidemos el antiguo adagio que reza: “Explicamos lo que sabemos; pero enseñamos lo que somos”.
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