¿MODA O PROBLEMA?.
Los motivos
pueden ser múltiples: Enfermedades, inconducta de un líder religioso, pérdida
de un hijo en accidente, divorcios, decepciones, desempleo, entre otros sufrimientos,
que usa el enemigo como “estrategia” para que el hombre dude del infinito amor de Dios.
Pero existe gran diferencia entre quien cree
y no cree: el sentido de la existencia humana. Ayuda a reflexionar para
entender nuestra fe, a investigar para determinar la veracidad de nuestras
creencias (Hechos 17:11) y llegar a tener una fe razonada y de carácter
personal.
Una fe edificada sobre esas bases no se
tambalea con facilidad cuando es cuestionada por posturas o creencias
contrarias o por los argumentos de incrédulos intelectuales. En última
instancia, todo ello puede derivar en una fe más fuerte y curtida.
El Catecismo de la Iglesia católica, nº 153,
afirma: “La fe es un don de
Dios, una virtud sobrenatural infundida por Él”. Por lo tanto, es
un regalo del Señor a sus hijos, es el camino que conduce al hombre a Dios.
“La fe puede ser puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con
frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las
injusticias y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden
estremecer la fe y
llegar a ser para ella una tentación” (CIC 164).
La fe es el resultado de un encuentro
entre dos personas (el hombre y Dios), parecido -como nos dirá el profeta
Oseas- a la relación matrimonial. San Pablo lo expresa maravillosamente cuando
escribe: "Sé de quién me fio" (2 Tim 1, 12).
Dice Luis González-Carvajal en Esta es nuestra
Fe, p.139 ss: Quizá a la luz de lo anterior podremos reinterpretar lo que
suelen llamarse "dudas de fe" y que, en realidad, son más bien
"dificultades de creencias", dificultades con nuestras ideas sobre
Dios.
Nunca son peligrosas para quien tiene
una experiencia personal de Dios, un trato amoroso con él. Como dijo el
Cardenal Newman, "diez mil dificultades no hacen una duda". A veces
la fe se vive entusiásticamente: La persona de Cristo y su causa nos conmueven
tiernamente.
Pero otras veces, en cambio, todo es
frialdad y sentimiento de la lejanía de Dios. No hay ningún místico que no se
haya quejado alguna vez de haber sido abandonado por Dios. El gran maestro de
tal experiencia es san Juan de la Cruz, que incluso le dio nombre inmortal: La
Noche Oscura.
Quizá uno de los rasgos de nuestro
tiempo sea la generalización de la noche oscura. Pero eso más debe
esperanzarnos que deprimirnos: La Noche Oscura es una oportunidad para conocer
mejor a Dios; acaba siendo siempre una purificación de nuestros pequeños
"dioses de bolsillo", esos que Jenófanes advertía que hemos hecho a
nuestra imagen y semejanza.
El silencio de Dios señala la muerte de
una imagen concreta de Dios, demasiado pobre, que nos fabricamos y que,
ante una situación nueva, no responde a nuestras expectativas, nos defrauda.
Para el chino "crisis"
resulta de la combinación del signo que dice "peligro" y del que
simboliza "oportunidad". También la crisis de fe es a la vez peligro
de rechazar a Dios, confundirlo con la imagen que rechazamos, y oportunidad
de acercarnos más a él accediendo a una imagen nueva que sustituya a la antigua
que se ha revelado defectuosa.
Es la convicción de Tolstoi: "Si te
viene la idea de que es falso todo lo que pensabas sobre Dios y de que no hay
Dios, no te asustes por eso. A muchos les sucede así. Si un salvaje deja de
creer en su dios de madera, no es porque no haya Dios, sino porque el verdadero
Dios no es de madera."
A veces -y basta repasar la vida de los
místicos- la noche oscura dura años; siempre confiando en que volverá a llegar
la luz y experimentando en carne propia lo de que la
fe es la capacidad para soportar las dudas, a veces terribles.
Ya decía santo Tomás de Aquino que la fe
es "menos cierta" que el conocimiento porque las verdades de la fe
"trascienden el entendimiento del hombre" ". A Santa Teresa del
Niño Jesús, en su lecho de muerte, le venían estos pensamientos: "La
muerte te dará no lo que tú esperas, sino una noche más profunda todavía, la
noche de la nada"
Para este estado de ánimo sigue siendo
insuperable la norma de san Ignacio de Loyola: "En tiempo de desolación nunca
hacer mudanza".
Por eso es profundo el consejo que
Herrmann F. Kohlbrügg daba a su discípulo Wichelhaus: "Que no se
entere tu camisa de que te tienes por un teólogo"-"Pessimum
miraculum" (el peor terror), decía san Buenaventura de una teología que
quiere "entender" demasiado: "El vino se transforma en
agua."
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