viernes, 26 de enero de 2018

CORRUPCIÓN DE HOMBRES…

 E  INSTITUCIONES.

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El diario torrente incontenible de malas noticias de las que la prensa se hace eco: corrupción en las instituciones públicas, saqueo en la sombra como a la luz del día, violencia, asalto, coimas, tráfico de influencias, carencia de insumos en hospitales, crimen, muerte y demás enredos políticos, hace que los ciudadanos de segunda (pueblo) respiremos bronca, decepción y hartazgo indecible.

¿Qué hicieron con nuestro bello país? ¿Qué institución está libre robos y maniobras ilícitas…si hay algunos…cuáles son? ¿Dónde están la decencia, honestidad, verdad, patriotismo y demás valores y principios que antaño era marca registrada en los habitantes del glorioso suelo guaraní?

Ya pesar de la desgracia, nos dicen que todos estamos severamente comprometidos y obligados a poner en camino los cambios sociales y políticos que la pobre patria necesita. Cada ciudadano, así como también las instituciones, especialmente las públicas, deben alzar las cotas de sus actividades y remodelar sus pautas de conducta.

No cabe duda de que el hecho es en sí mismo muy infamante, no solo para los cinco o seis cadetes involucrados, sino también, de algún modo, para el historial de la Institución que, como antes se decía, debiera ser escuela de disciplina e intachable pundonor. 

Y deben hacernos reflexionar con la más grave y sentida pesadumbre, porque es un signo más, muy elocuente, de la declinación precipitada de nuestros valores morales.

Si ocurriera esto en una cuchipanda de mercado, con muchos tragos y liviandades femeninas vaya y pase. Pero entre atildados jóvenes de una Institución de tan alto rango, constituye un negro baldón para el bien común de la patria menesterosa.

Más allá de este suceso ignominioso y tomando ocasión de sus llamativas circunstancias, la prensa tanto la escrita como la televisiva, ha hecho reiterados y minuciosos comentarios, que parecen exceder los fines y los límites de una información circunspecta. Basta mirar a esos cadetes cabizbajos, como queriendo ocultar el rostro y la conciencia de aquel hecho nefando y vergonzoso.

Basta oír y ponderar las quejas repetidas con que la pobre mujer ultrajada se siente abatida y humillada, no sólo por el abuso de aquella negra madrugada, sino también, y acaso más por el manoseo escabroso de su nombre y del honor de su familia.

Yo pienso que difícilmente un tratamiento informativo tan reiterado, tan minucioso y tan bochornoso pueda escapar a eso que en ciencia moral llamamos difamación. El buen nombre y la fama constituyen riquezas espirituales de mucho precio; destruir la buena fama de una persona o de una familia es un verdadero latrocinio de gravedad incalculable.

Aprovechando el correr y oportunidad de estas reflexiones sobre hombres e instituciones, quisiera referirme a otros hábitos de uso mediático, que me parecen por lo menos corruptelas del buen gusto ciudadano.

Desde hace tiempo pasan por televisión un programa en que varios actores, con uniformes de policía, hacen parodias y payasadas, en plan de burla de los hombres y procedimientos de la policía. Son inocentones y hasta innocuos; pero se muestran vacíos de todo ingenio y gracia. 

Lo incongruente y deforme es hacer burla grotesca de gente de servicio público y de una institución de tan noble cometido social.

Es que nuestra pobre cultura de este tiempo parece que busca y se solaza haciendo menosprecio de todo lo grave, noble y santo. (S. Núñez Sociedad y Política p. 200)




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