LECCIÓN DE
VIDA (Lucas 16, 1-8)
Era un hombre rico que
tenía un administrador a quien acusaron ante él de corrupto; le llamó y le
dijo: "¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu trabajo, porque ya
no serás mi administrador".
Se dijo a sí mismo el administrador:
"¿Qué haré… mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo;
mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer (…) Y convocando uno por
uno a los deudores de su señor, dijo al primero: "¿Cuánto debes a mi
señor?"
Respondió: "Cien
medidas de aceite." Él le dijo: "Toma tu recibo, siéntate en seguida
y escribe cincuenta." Después dijo a otro: "Tú, ¿cuánto debes?"
Contestó: "Cien cargas de trigo." Le dijo: "Toma tu recibo y
escribe ochenta."
Dice el Papa Francisco: Este administrador es un
ejemplo de mundanidad. Alguno de ustedes podrían decir: ¡pero, este hombre ha
hecho lo que hacen todos! Pero todos, ¡no! Algunos administraciones de
empresas, administradores públicos, algunos administradores de gobierno (...) Pero
es un poco esa actitud del camino más corto, más cómodo para ganarse la vida.
En la parábola el patrón alaba al administrador
deshonesto por su 'astucia'. La costumbre del soborno es una costumbre mundana
y fuertemente pecadora. Es una costumbre que no viene de Dios: ¡Dios nos pide llevar
el pan a casa con nuestro trabajo honesto! Y este hombre, administrador, lo
llevaba pero ¿cómo? ¡Daba de comer a sus hijos pan sucio!
Y sus hijos, quizá educados en colegios caros, quizá
crecidos en ambientes cultos, habían recibido de su padre suciedad como comida,
porque su padre, llevando pan sucio a casa, ¡había perdido la dignidad! ¡Y esto
es un pecado grave! Porque se comienza quizá con un pequeño soborno, ¡pero es
como la droga eh! La costumbre del soborno se convierte en dependencia.
Ante esta situación, nosotros pensamos que ese
administrador, aunque haya cambiado de actitud, no es de confiar. En cambio,
para Cristo tiene más valor el cambio de comportamiento que el pecado.
Él conoce nuestras miserias, pero basta un sincero arrepentimiento y que le
pidamos perdón, para que nos devuelva su confianza y se sienta orgulloso de
nosotros, como el amo de la parábola con su administrador.
Jesús nos invita a ser sagaces. Esta cualidad debe ser expresión de la caridad cristiana. La astucia, relacionada siempre con el maligno, significa fingir, mentir, engañar, para lograr lo que queremos. En cambio, la virtud humana de la sagacidad consiste en la habilidad para encontrar los medios justos y más eficaces para alcanzar un objetivo, como puede ser vivir nuestra fe y amor a Dios.
Llama la atención ver cómo algunos son muy capaces de
obtener lo que se proponen en el trabajo, la familia o con las amistades. En
cambio se comportan con temor y se sienten impotentes a la hora de hablar de
Jesucristo y de su doctrina, o de hacer algo por la construcción de la
civilización de la justicia, y del amor cristiano.
Pensándolo bien, el Señor nos da una
enseñanza muy saludable. El evangelio no nos presenta como modelo
a seguir en su injusticia, sino como ejemplo a imitar por su sagacidad previsora.
En efecto, la breve parábola concluye con estas palabras: “El amo felicitó
al administrador injusto por la astucia con que había procedido”
Esta parábola se llama contradictoria para que
comprendamos que si pudo ser alabado por su amo aquél que defraudó sus bienes (no
por el fraude en sí), deben agradar a Dios mucho más los que hacen
aquellas obras según sus preceptos
Se trata de un hombre que se ve en la
ruina y busca salida. Esta es la lección de la parábola. A pesar de ver ante
nosotros la muerte destrozando ilusiones y proyectos de futuro, no siempre buscamos
salida a esta situación. Al contrario, nos empeñamos en actuar como si nuestra
vida aquí en la tierra no hubiese de finalizar nunca.
No todos tendremos la misma suerte de Dimas,
el ladrón salvado por Cristo en el último momento de su vida.
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