¡SEREMOS JUZGADOS!
Decir las palabras correctas en los momentos adecuados es una virtud que particularmente deseo obtener. Saber cuándo y qué hablar, encontrar el dominio entre la palabra y el silencio es una virtud íntimamente ligada a la sabiduría. ¿Cómo lograrlo?
Afirman que la capacidad de escuchar es
superior a la de hablar. Los sabios hablan poco pero con tino y profundidad,
mientras invierten mucho tiempo en escuchar, ver y callar. De ahí el conocido refrán:
"Ver, oír y callar, son cosas de
gran preciar".
Gran parte del éxito en las relaciones
interpersonales se debe a la capacidad de escuchar, pues no pocas veces, hablar
de más palabras vanas y sin sentido, está ligado a la estupidez y,
paradójicamente, a no tener nada que decir. "Somos dueños de nuestros
silencios y no de nuestras palabras", sentencia el refrán.
Con razón decía Mark Twain: “El
hombre es el único animal que come sin tener hambre, bebe sin tener sed y habla
sin tener nada que decir”. Por ello, escuchar el doble de lo que se habla,
es buena idea; tenemos dos oídos y una boca.
Por lo dicho y no dicho, es recomendable
tener en cuenta las enseñanzas del Maestro: “Pero les digo que de toda palabra
inútil que hayan pronunciado, darán cuenta en el día del juicio…por tus
palabras serás juzgado, y por tus palabras serás declarado inocente o culpable”
(Mateo 12,36).
La palabra honesta mucho vale y poco
cuesta. Quizá por considerar que la palabra no tiene precio en el mercado, nada
vale. Emitimos comentarios y ofendemos sin conocer la realidad. Sembramos
desorden y tristeza en lugar de risas y alegría. Criticamos mucho y valoramos
poco.
Antes de criticar, pensemos en el daño
que causan esas "inocentes" palabras que decimos. ¿Por qué no decir palabras
restauradoras? ¿Por qué no decir cosas agradables como ¡gracias! ... ¡qué bien
lo hiciste! ... puedo ayudarte?... ¡valoro tu trabajo y tu esfuerzo!
Los pensamientos y el corazón son la
antesala de la palabra. Por eso, aquello de que “dije nomás” no siempre es
inocente, porque: "De la abundancia del corazón habla la boca" (Mateo
12,34). Sólo se generar agua limpia si el corazón, no contiene agua podrida.
En el día a día de nuestra existencia
nos enfrentamos con dilemas éticos de callar o hablar. ¿Cuántos casos de
corrupción, robo y otros tipos de inconductas callamos?
También tenemos a flor de piel eso de:
"No te metas, ¿qué te importa?, podés perder tu trabajo y complicarte la
vida..." ¿Acaso no vivimos situaciones de injusticia a cada momento... y
qué hacemos? ¿Callamos o hablamos?
Hay casos, sin embargo, en que muchas
veces el silencio es extrema cobardía y no precisamente prudencia. Muchos no
hablan por no comprometerse. ¿Cuántos silencios son cómplices de horrendos
crímenes?
Sepultar la verdad con el silencio es
atentar contra ella; y la no verdad es mentira, y la mentira es pecado capital. Cuántos hoy ¿no estarán arrepentidos de
no haber dicho una palabra que podía evitar una injusticia? También el silencio
puede entenderse como: "estamos de acuerdo".
En nuestra actual fauna corrompida por
la corrupción que nos corroe, ¿cuántos crímenes, violaciones, robos y demás
conocidos etcéteras tienen como cómplice al "silencio", por no tener postura
ante diarias arbitrariedades e injusticias?
Es triste y desagradable ver a alguien
que se “vende” como persona honesta, peor aún, si se declara cristiano, hablar en
un vulgar “arrieraje”, que en lugar de edificar manda a otros al infierno
cuando no está calumniando…muchos lo hacen para estar en “onda”, o más estúpidamente,
para impresionar.
No se trata de adoptar un lenguaje
puritano, beato, hipócrita y
pedante, desfasado de la realidad. Tampoco se pretende hablar un “lenguaje al estilo
Teresa de Calcuta”. Simplemente se torna innecesario caer en
la bajeza lingüística que caracteriza a tantos “progres” posmodernos. No se es
más ni mejor por hablar como un imbécil solo por o de “onda”.
¿Qué perdemos por pensar la verdad,
decir la verdad y vivir la verdad?. Nada. Al contrario, ganamos mucho si
pronunciamos palabras de vida y no, palabras cadáveres. El juicio final será pata TODOS. Esta realidad no depende ni de mis gustos o creencias.
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