“Globalización… es reducir espacio,
tiempo y desaparición de fronteras"
Dicen… La globalización en sí misma no
es ni buena ni mala. Depende de quién la dirija y controle. Puede provocar
graves daños o traer grandes beneficios. ¿Cómo se globaliza lo grotesco, lo
extravagante, lo ridículo?... De varias
maneras….
Una de ellas, acaso, el más exitoso sea
a través de la prensa caliente y picantosa - dirá C. Díaz- que adoba con
escándalos –que ya no escandaliza- la
vida de una audiencia paralizada que
aplaude con morbosidad, frenéticos movimientos de pechos y nalgas de “doncellas
simpáticamente desvergonzadas”. ¡Y, como si fuera un timbre de gloria, se
rivaliza este tipo de escándalos! (Reality y demás programas residuos de
intestinos…)
Conocemos mucha gente que se dedica a
hacer el bien; pero, a juzgar por nuestra quebrantada sociedad, también
conocemos muchas más que roban las dos ruedas de una moto, que vende droga a
niños y jóvenes, gente prepotente, ignorante y sin escrúpulos, profesores que
dan mal sus clases, etc. Lo grotesco consiste en la inacción, pues no decir
nada ante tanta malevolencia, resulta eficaz abono para seguir en el desorden
establecido, al decir de Mounier.
Así las cosas, la globalización del
ridículo supera sin trabas a la decencia, al bien común. Curiosamente, el
hombre posmoderno incorpora a su sistema operativo gran dosis de estupidez.
¿Qué tipo de inteligencia posee alguien que para sentarse a la mesa, en lugar
de acercar la silla, tiene que mover la mesa hacia la silla, una mesa
pesadísima, llena de libros y porcelanas frágiles? (cfr. José M. Cabodevilla –
El pato apresurado, p 291). ¡Ridículo!
Se ostenta el ejercicio de la falsedad,
se falsifican títulos académicos, de propiedad. Se globaliza por medio de redes
sociales todo tipo de pecados lujosamente encuadernados, ilustrados a todo
color. La estupidez va tan lejos y tan rápido, que razón le sobra a Mac Luhan
cuando dice que “una imagen vale más que mil palabras”
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