¿Produce estado de
crispación…?
En el libro ¿Es grande ser joven? de
Carlos Díaz p. 32 y sgtes se lee: “El
rechazo de la paciencia, produce un efecto de crispación entre grandes sectores
juveniles”. Al punto me asalta la pregunta: ¿sólo el joven es impaciente?..
casi ruborizado me descubro entera y totalmente impaciente, aun con ¡seis
décadas de existencia!.
Pocas personas han de ignorar que, paciencia, es una de las virtudes más codiciadas… sin embargo ..¡oh!
Paradoja…frecuentemente rechazada. Motivos sobran: tránsito lento, insoportable,
el calor, la mala leche que produce esperar largas horas por un trámite
sencillo en cualquier institución pública, etc, etc.
¿Por qué vivo apurado, corriendo
todo el tiempo; por qué no puedo parar; qué persigo? Respuesta: “soy esclavo de
mí mismo, de mi impaciencia, corriendo para llegar al trabajo, para escribir,
para ir velozmente… para llegar a hora, muchas veces, a ningún lugar”.
La juventud embiste a
un tigre de papel, y la llamada “crisis generacional” estalla con atronador
fragor de una represa que se rompe (cfr. p. 33). ¿Cuánta
responsabilidad tenemos los adultos en el desquiciamiento juvenil? En muchos casos, es el mismo desquiciamiento
del adulto mismo.
De ahí que en el terreno
pedagógico, la crisis del joven implique también la crisis de la pedagogía y de
los pedagogos. (p.34). Ya sabemos que la impaciencia produce estrés, y el
estrés literalmente mata. Es oportuno recordar lo dicho por A. Einstein: “La
sabiduría no proviene de estudios ni educación, sino de toda una vida luchando
por conseguirla”.
La impaciencia hace sufrir y lo que
hace sufrir, es doloroso. El poeta Amado Nervo dice: “lo que nos hace sufrir nunca es una tontería, puesto que nos hace
sufrir” Así las cosas, ¿para qué sufrir?...sepamos que el éxito de una
persona depende de la magnitud del desafío que enfrenta. Luego, enfrentemos nuestra
impaciencia.
Si descubro que la impaciencia es mi enemiga, es urgente y necesario que levante una
muralla contra el mal que me atormenta. El cambio no es tarea facil. Nunca es fácil cambiar de hábitos, es
difícil cambiar de vida. Pero, destruir la “impaciencia autodestructiva”, es el desafío aquí y ahora.
Depende de cada uno decidir
acumular malestar sobre malestar que provoca infelicidad. Toda rectificación de
aberraciones constituye progreso. ¿Por qué seguir viviendo en nuestro propio campo
de concentración?
No hacer lo que debo, sabiendo que
debo y puedo para ser feliz, es enriquecer aun más el hiper-poblado museo de la
extravagante imbecilidad. Sí amigos, la paciencia es un camino seguro al cielo.
Cultivémosla.
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