Dicen
que: “El hombre es el único animal que bebe sin tener sed; come sin tener
hambre y habla sin tener nada que decir”. Palabras correctas en momentos
adecuados es virtud. Saber cuándo y qué decir es un dominio muy ligado a la
sabiduría.
La capacidad de escuchar es superior a la capacidad de hablar. Los sabios hablan poco, pero con tino y profundidad. Invierten mucho tiempo en escuchar, ver y callar. De ahí el refrán: “ver, oír, callar, son cosas de magno valor”.
Gran parte del éxito en las relaciones interpersonales se debe a la capacidad de escuchar, más que a la de hablar, pues no pocas veces, hablar de más, o, palabras vanas y sin sentido, está ligado a la estupidez y, paradójicamente, a no tener nada que decir. “Somos dueños de nuestros silencios y no de nuestras palabras”.
Otro conocido refrán: “En boca cerrada no entran moscas” Algunas veces es mejor callar, “atornillar” la lengua antes que pronunciar algo indebido, de lo cual podemos arrepentirnos. Hay casos, sin embargo, en que muchas veces el silencio es extrema cobardía y no precisamente sabiduría. Muchas personas no hablan para no comprometerse.
Así, ¿cuántos silencios son cómplices de horrendos crímenes? Sepultar la verdad con el silencio es atentar contra ella; y la no verdad es mentira, y la mentira es pecado capital. Muchos hoy ¿no estarán arrepentidos de no haber dicho una palabra que podía evitar una injusticia?
Además, el silencio puede entenderse como: “estamos de acuerdo”. En la reunión de padres, por ejemplo, la directora de la escuela pregunta: ¿Están todos de acuerdo? Y como todos permanecen callados, se supone que todos están conformes. Pero no siempre es así.
Al terminar la reunión, no pocas personas han dicho: “Yo no quería luego"; “Siempre son unos pocos nomás los que deciden"; "¡Cheve na che gustai voi kurí, porque, mata mata kuetente o decidipá!”
Es oportuno, por tanto, tener presente lo que dice el refrán: “Guárdate del hombre que no habla y del perro que no ladra”, dando a entender que, en muchas ocasiones, el silencio puede ser más peligroso que las palabras.
En nuestra dictadura pasada ¿cuántos crímenes, violaciones, desapariciones y torturas fueron cómplices del “silencio”? ¿Cuántos no hemos tenido postura ante tanta arbitrariedad? Muchas veces nos enfrentamos con dilemas éticos de callar o hablar. ¿Cuántos casos de corrupción, robo y otros tipos de inconductas hemos callado por temor? Tenemos a flor de piel eso de: “No te metas, ¿qué te importa?... podés perder tu trabajo y complicarte la vida...”
¿Qué hizo Jesús cuando vio a la mujer a punto de ser apedreada? ¿Qué actitud tomó frente a la samaritana, mujer de un sector discriminado? No queda mucho por elegir: o emprendemos el camino de la Verdad, o seguimos con el síndrome de Pilatos, haciéndonos del “ñembotavy" sepultando la Verdad, para dar vida y libertad a la mentira.
La palabra, mucho vale y poco cuesta. Y al mismo tiempo, quizá por creer que la palabra no tiene precio en el mercado, nada vale. Así, opinamos sin conocer la realidad. Ofendemos sin sentido. Sembramos desorden y tristeza en lugar de risas y alegría. Criticamos y dañamos mucho …y valoramos poco.
Antes de calumniar, pensemos en el daño que produce lo que decimos. ¿Por qué no decir cosas agradables como ¡gracias, qué bien lo hiciste ... valoro tu trabajo y tu esfuerzo!... ¿cómo puedo ayudarte?...
“De la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12,34) Los pensamientos y el corazón son la antesala de la palabra. Sólo podemos generar agua limpia si nuestro corazón, no guarda agua podrida. Intentemos pensar la verdad, decir la verdad y vivir la verdad. Si hablar es plata… ¡Oro es el silencio!
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