Sinónimo de sincero: Franco, verdadero, confiado, cordial, natural, honrado, noble, limpio, veraz, serio. Se afirma que al soberbio le repugna reconocer su error y mucho menos, obedecer. El soberbio no acepta lecciones de nadie. Se cree autosuficiente, se emperra en sus errores y le cuesta rectificarse.
Los soberbios, saborean “su propia excelencia”, sienten asco de la Verdad, que es Dios”. Dice É. Gilson filósofo e historiador francés: “Los hombres somos muy aficionados a buscar la verdad, pero muy reacios a aceptarla” (Libertad en el pensamiento, Antonio Orozco D. p. 130)
Además, la experiencia nos enseña que, a fuerza de querer, nos convencemos de cosas que no son reales. Por eso, hace falta vigilar continuamente para mantener o recuperar, ante todo, la recta voluntad. No sea que -como san Agustín en su juventud -hagamos “un dios” de nuestro propio error: mi error era mi Dios (p. 133)
Según Ernest Hemingway, escritor y periodista estadounidense, “el poder afecta de una manera cierta y definida los que lo ejercen”, dijo, escandalizado porque tanta gente pierde contacto con la realidad tras alcanzar un cargo de autoridad. Pronto sienten imperiosa necesidad de halagos y sufren el despreciable “síndrome de diocesillo”.
No pocos políticos, empleados públicos y autoridades en general, ostentan y alardean de tener todo muy pronto, mientras los “sub humanos” de la patria enferma y dolorida por la pobreza, se debaten en la miseria.
No falta el “poguasu” que miente a la ciudadanía, compra conciencias, vende sentencias, aplastando el honor y dignidad de la gente. Así, la corrupción y la inmoralidad galopa a plena luz del día sin ningún pudor por parte de quienes deben ser ejemplo de decencia, probidad y apego al bien común.
Entonces, parece que el poder causa enfermedad. Pero si realmente el poder es una patología, ¿qué infección es la causante? Alguien respondió ¡el hubris! Fueron los griegos quienes acuñaron este término, para decir que la falta más grande que cometen estos “próceres” del mal es: creerse superiores al resto de los mortales.
Es el yo enorme de creerse superdotados, capaces de desafiar a todo y a todos. Según David Owen, político y psiquiatra, exministro de Salud y de Exteriores británico, muchos “capos” son peligrosos enfermos mentales.
La enfermedad explicaría lo que al pueblo le son inexplicables, como mentiras, fracasos o erróneas acciones que generan injusticia, inseguridad, violencia y demás miserias en la sigue empantanado el pueblo. A muchos políticos, el poder los vuelve prepotentes, despreciables (…) que les hace perder la noción de la realidad.
Pero a otros los convierte en peligrosos enfermos mentales, incapaces, según Owen, para tomar decisiones y gobernar. Al acceder al cargo se creen “embajadores de los dioses” en la Tierra, se rinden culto a sí mismos y con frecuencia se tornan crueles neronianos.
Muchos creen
que la enfermedad se da sólo en tiranos. También se dan en las democracias,
afectando a gente elegida en las urnas. Su alienación es tanta que yerran una y
otra vez, porque la capacidad de análisis es nula y sus decisiones y medidas
producen desequilibrio, mal humor y extrema confusión. Esta gente debe saber que, sin el
apoyo de los ciudadanos, que son sus soberanos, será un dirigente
rechazado.
Hay 2 tipos de gente: La de los justos que se saben pecadores y la de los pecadores que se creen justos. Estos carecen de la brújula de aquellos: la capacidad de sentir vergüenza y dolor por el mal causado a otros. (C. Díaz-El Hombre, animal no fijado p.188) Y nosotros-ñande… ¿Cómo realmente somos?
No existe el mal absoluto, luego, nos quedamos con las excepciones: las honestas autoridades que no son afectadas por este comentario indigesto. Es lo que se espera de cada nuevo gobierno. ¡Ta upéicha!
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