Hace años, mi abuelo, ganadero de profesión, me contó que era más que suficiente un apretón de manos para formalizar un pacto o cerrar un negocio. (Alfonso Aza Jácome).
Antes, no hacía falta recurrir a complejos contratos escritos que complicaban las cosas y ponían en duda la confianza en el otro. Son prácticas del pasado que van desapareciendo.
Hoy, el valor de la palabra dada cotiza baja en todos los órdenes de la vida, desde lo más trascendental al más irrelevante. Parece que la suspicacia y el recelo ganaron la batalla a la confianza y a la buena fe.
Y el dicho “las palabras se las lleva el viento” es, lamentablemente…cierto. Destroza la confianza en uno mismo y en los demás prometer y no cumplir. Quien toma con ligereza el valor de su palabra mata el respeto que nos tenemos, y nos tienen los demás.
La palabra es el medio más valioso para cosechar una virtud muy valorada: la ¡Confianza! “Dar la palabra” es empeñar nuestra dignidad como prueba de que cumpliremos nuestra promesa. Cuando mentimos perdemos credibilidad. ¡Es malo ser personas poco creíbles!
Una frase señala a la gente que no cumple su promesa: “Es mentirosa, no es confiable, es decir: “Sapatu un lado, ijapu, ndoikói, ndovalei”. Es un dicho popular para aludir a alguien inservible.
Que nada vale lo que dice, que su palabra no tiene fuerza, que apenas un viento echa por tierra sus promesas. “Cuando se da la palabra, contra viento y marea hay que cumplirla”, Si somos incapaces de cumplir en tiempo y forma nuestra palabra, mejor no prometer.
“Dar la palabra” es empeñar nuestra dignidad como prueba de que cumpliremos el compromiso. De quien no es confiable y manipuladora, hay que estar muy lejos, pues una y otra vez genera desilusión, mala sangre y frustración.
Sabido es que quien miente no es confiable. Además, es hábil para justificarse, excusarse victimizarse y prometer que la próxima vez sí cumplirá. Entonces, cuando las personas se sienten una y otra vez burladas, deben decir ¡basta! ... ya no dar chance de credibilidad.
Quien traiciona su palabra una y otra vez, seguirá haciéndolo…comprendiendo o no, el daño que hace y se hace con esta insana costumbre. Hombre de palabra es gran elogio para uno; y ¡cómo duele la infidelidad, al comprobar que tal persona nos ha fallado!
El humano falla y otra vez; en cambio, Dios nunca falla: siempre cumple lo que dice. Su Palabra es la Verdad. Por eso, es preciso conservar la fe en Dios y en el humano, porque hay gente confiable. Aquí se nos presenta un gran desafío cristiano:
La fe no dice que el hombre no pueda fallar; la fe se fija en el corazón y nosotros debemos saber que todos somos redimibles; así nuestra fe en el humano, si no es bueno, lo hará bueno y la fe en Dios, nos hará buenos.
En el bautismo fuimos consagrados como posesión exclusiva de Dios; Ël “cuenta con nosotros”; si le damos la palabra; El, espera que cumplamos, que seamos fiel a ella. “Cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mc. 13, 31)
“Miren
cuánto nos ama Dios, tanto que nos dice que somos sus hijos…pero los que son del mundo no
nos conocen, porque no han conocido a Dios”. (1 Juan 3:1)
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