ES EL PEOR DE LOS MALES
Siguiendo con sus enseñanzas el P.
Jorge Loring, dice: El pecado es el peor de los males. Peor que la misma
muerte, que sólo es un mal si nos sorprende en pecado. La muerte en paz con Dios es
el paso a una eternidad feliz.
El placer egoísta, antes de gustarlo, atrae. Pero después desilusiona. Y si en su satisfacción ha habido degradación, pecado, etc., el vacío que deja en el alma no tiene nada que ver con la felicidad que se siente después de hacer una buena obra donde se ha sacrificado algo.
El pecado es el peor de los males. Peor que la misma muerte, que sólo es un mal si nos sorprende en pecado. La muerte en paz con Dios es el paso a una eternidad feliz. Todos los demás males se acaban con esta vida. Sólo el pecado atormenta en la otra.
Muchas personas endurecidas para lo espiritual, viven tranquilamente en el pecado, pero su sorpresa en la otra vida será terrible. Entonces se darán cuenta de que se equivocaron en lo principal de su vida: salvarse eternamente (…)
«El hombre no puede renunciar a sí mismo, no puede hacerse
esclavo de las cosas, de los sistemas económicos, de la producción y de sus
propios productos» «Hay en
el hombre un afán, a veces desmedido, de poseer, de gozar, de ser independiente. Se dan en él: ambición de dinero,
hipocresía, injusticias, egoísmo, soberbia,
cobardía, mentira. Estos vicios repercuten en la sociedad. Producen malestar,
indignación, rebeldía.
Dice San Juan
Crisóstomo: “Cuando te veo vivir de modo contrario a la razón, ¿cómo te llamaré,
hombre o bestia? Cuando te veo arrebatar las cosas de los demás, ¿cómo te
llamaré, hombre o lobo? Cuando te veo engañar a los demás, ¿cómo te llamaré,
hombre o serpiente? Cuando te veo obrar neciamente, ¿cómo te llamaré, hombre o
asno?
Cuando
te veo sumergido en la Lujuria,
¿cómo te llamaré, hombre o puerco? Peor todavía. Porque cada bestia tiene un
solo vicio: el lobo es ladrón, la serpiente mentirosa, el puerco sucio; pero el
hombre puede reunir los vicios de todos los brutos”.
En la vida son necesarias normas morales. Los que rechazan toda moral (prohibido prohibir), son unos hipócritas, pues ellos quieren imponernos sus normas. Ya dijo Ortega y Gasset: «De la moral, no es posible desentenderse».
Hay personas que han perdido el sentido del pecado y rechazan la doctrina de la Iglesia cuando señala que una cosa es pecado; dicen: “Yo no veo que eso sea pecado; además lo hace todo el mundo”. Eso no prueba nada. Las cosas no se convierten en buenas por ser frecuentes: drogas, terrorismo, violaciones, etc. Además la opinión de la mayoría no cambia la realidad.
Hoy, famosos del arte, deporte o del espectáculo se presentan como pedagogos de la sociedad. Ellos hablan de todo, y de todo pontifican: sobre política, sobre religión, sobre moral, sobre la educación de los hijos, sobre las relaciones sexuales prematrimoniales, etc. Y el modelo, naturalmente, es lo que ellos hacen.
Una
actuación es ética o no lo es, independientemente de las opiniones de la mayoría.
Cada
uno de nosotros está obligado a obedecer a su conciencia. Es a la conciencia a
la que le corresponde la decisión última sobre el comportamiento moral del
hombre.
Pero
esta conciencia debe estar bien formada, porque el hombre puede engañarse a sí
mismo considerando bueno lo que le gusta o conviene. Por eso la Autoridad de la Iglesia,
que es objetiva e independiente, señala lo que es bueno o malo.
La conciencia no es autónoma… Una conciencia equivocada no crea valores. La conciencia no obliga por sí misma, sino en cuanto refleja la verdad, porque es un instrumento de la verdad. (...) La conciencia no nace de la arbitrariedad, sino de su vínculo con la verdad. (...) La verdad no es algo que se crea, sino algo que se descubre.
El célebre poeta mejicano Amado Nervo confesó en su lecho de muerte, y después le decía a sus amigos: «Me he confesado y me siento completamente feliz». Realmente que la felicidad de la tranquilidad de conciencia no puede compararse a la amargura que deja detrás de sí el pecado. Fuente: Para Salvarte (p. 339-341) Edición 62. Catequesis del P. Jorge Loring.
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