¿CONTRA QUIÉN?
La guerra competitiva es una realidad. Se compite en todos los niveles y circunstancias de la vida, en el lugar de trabajo, en la escuela y también, en el seno familiar. Cónyuges manifiestan celos y envidias por el éxito personal o/profesional de su pareja.
El hombre es una complicada mezcla de vanidad, egoísmo, generosidad, amor, sacrificio, deseos de éxito. Mitad ángel y mitad bestia, dirá Pascal. El hombre que busca el éxito como valor fundamental – si lo encuentra – lo satisface momentáneamente, porque luego quiere cada vez más. (Ñandé ko peteí vosá reví soroicha, dijo aquel colega, refiriéndose a la insaciabilidad humana).
Así las cosas, la competencia no sólo consiste en que yo gane, sino, en que el otro pierda. ¿Esa es mi ganancia?. La vida es feroz combate por tener más antes que ser más. Cuanta más “herida y muerte” produzca, tanto mejor. Si vivir en la polis exige respeto y ayuda mutua entre semejantes, ¿Cómo se explica tanta barbarie en esta fauna social? ¿Qué historia es esta?
Repitió una y otra vez el amigo Cresencio: “El hombre es un ser profundamente contradictorio”. Digo que soy bueno y miento a mi esposa, al paciente, al amigo, al cliente, etc. Digo desear la paz, pero no pierdo una ocasión para provocar pelea. Luego, soy alguien fraccionado entre lo que soy, lo que digo ser, y lo que quiero ser.
Si consideramos la conducta del homo sapiens, y si "Campeón" (así llamado mi fiel perrito), pudiera preguntar: ¿qué es un ser humano?, el más brillante intelectual tendría insalvables dificultades para responder al noble animal.
Ciertamente con San Pablo decimos: “No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero y precisamente, hago lo que no quiero (Ro 7,15). Por consiguiente, si realmente deseamos abandonar el inútil como absurdo campo de batalla en la cual, estúpidamente estamos embarcados, no nos resta sino, optar por la Gracia, cuando la inteligencia, destreza, voluntad, tecnología, etc, no nos alcanza.
A pesar su naturaleza caída, el hombre tiene sed de Dios. Todos nacimos hambrientos, necesitados y con tendencias al mal, pero, nadie nació con vocación de gánster.
Nuestros demonios interiores – voluntad anémica, conciencia invenciblemente errónea, averiada – no tienen la última palabra. Si cultivamos nuestra mente con lecturas de formación (no sólo de información) y fortalecemos nuestra voluntad (interioridad), con toda certeza, disciplinaremos nuestra conducta. La vida, entonces, no será inútil competencia. ¡Entendés pa hina Goyito!
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