miércoles, 21 de noviembre de 2012

PERDÓN O TALIÓN...


¿Cuál prefiere?

Es absolutamente innecesario derrochar consideraciones sobre el exceso de irritabilidad que sufre el hombre posmoderno. Hoy, más que en ningún otro momento de la historia, se posee supra tecnología y mejores condiciones que debieran ser provechosos; no obstante, vivimos tiempo de padecimiento y furia colectiva, encerrando bajo siete llaves al perdón, en de baúl de “cachivaches”.

La Iglesia Católica pidió perdón una y otra vez, por “abusos”, y aun, por los no cometidos. Al sociólogo y antropólogo francés Edgar Morín - perseguido por la Gestapo - le interesa “comprender a las personas, no a juzgarlas”. Porque la comprensión ni acusa ni excusa. Es búsqueda sincera de la verdad para rechazar la condena apriorística, y  apresurada, muchas veces por comodidad.

Hoy los medios de información nos bombardean hasta el hartazgo con frecuentes episodios dolorosos, ante los cuales se reclama justicia. ¿Pero, es siempre justicia la que se pide?. En nuestro imaginario cultural, vive “clonada” la idea de justicia-venganza.  Así las cosas, al parecer, el perdón sólo tiene lugar exiliado en lejanas galaxias.

Es que el perdón, afirma Lucía Solís Sostoa, “exige mucho coraje moral, no es banal y no es fácil. Es un acto de suprema libertad de parte de quien persona, el perdón es liberador para el perdonado y perdonador”.

Quien perdona sabe que perdonar, no es debilidad ni atenta contra la justicia, aun cuando la actuación de nuestra “gloriosa” justicia guaraní, “colabore” con el “no perdón”, por la impenitente impunidad que, las más de las veces, dificulta la acción de perdonar. (Pregunte a padres cuya hija de tres años ha sido violada, y pronto, el violador se encuentra gozando de “medida sustitutiva”. ¿Qué piden?.. muchos… justicia... otros, sin titubeos, venganza).

Naturalmente, quien pide perdón ha de hacerlo de forma creíble, demostrando reconocer su mala acción, con sincero arrepentimiento de haber ocasionado el mal. Quizá hoy sea una ocasión para echar una mirada a mi familia (che tupaó-í), hacia mis compañeros de trabajo, vecinos, etc, y comience por eliminar resentimientos. Tal vez sea oportuno pensar en la relación costo-beneficio, preguntándome: ¿Vale la pena romper relaciones y declarar la guerra?, ¿Amerita tanto enojo el no haber sido saludado hoy… porque no me agradeció, y demás insignificantes porqués?

Se necesita más coraje para perdonar que para desafiar. Quien perdona no es débil. Jesús, el más justo de todos, inmaculado e inocente, ha sufrido más que todos, sin embargo, perdonó, y no por cobarde. El perdón no es posible sólo con la fuerza, inteligencia y voluntad del hombre. Es necesario ayuda de lo Alto. ¿Por qué no lo intentamos, al tiempo de afanarnos por comprar un juego de pesebre?

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