¿Cuál prefiere?
Es absolutamente innecesario derrochar
consideraciones sobre el exceso de irritabilidad que sufre el hombre
posmoderno. Hoy, más que en ningún otro momento de la historia, se posee supra tecnología y mejores condiciones
que debieran ser provechosos; no obstante, vivimos tiempo de padecimiento y
furia colectiva, encerrando bajo siete llaves al perdón, en de baúl de “cachivaches”.
La Iglesia Católica pidió perdón una y
otra vez, por “abusos”, y aun, por los no cometidos. Al sociólogo y antropólogo
francés Edgar Morín - perseguido
por la Gestapo -
le interesa “comprender a las personas, no a juzgarlas”. Porque la
comprensión ni acusa ni excusa. Es búsqueda sincera de la verdad para rechazar
la condena apriorística, y apresurada,
muchas veces por comodidad.
Hoy los medios de información nos
bombardean hasta el hartazgo con frecuentes episodios dolorosos, ante los
cuales se reclama justicia. ¿Pero, es siempre justicia la que se pide?. En
nuestro imaginario cultural, vive “clonada” la idea de justicia-venganza. Así las
cosas, al parecer, el perdón sólo tiene lugar exiliado en lejanas galaxias.
Es que el perdón, afirma Lucía Solís
Sostoa, “exige mucho coraje moral, no es
banal y no es fácil. Es un acto de suprema libertad de parte de quien persona,
el perdón es liberador para el perdonado y perdonador”.
Quien perdona sabe que perdonar, no es debilidad ni atenta
contra la justicia, aun cuando la actuación de nuestra “gloriosa” justicia
guaraní, “colabore” con el “no perdón”, por la impenitente impunidad
que, las más de las veces, dificulta la acción de perdonar. (Pregunte a padres
cuya hija de tres años ha sido violada, y pronto, el violador se encuentra gozando
de “medida sustitutiva”. ¿Qué piden?.. muchos… justicia... otros, sin titubeos,
venganza).
Naturalmente, quien pide perdón ha de
hacerlo de forma creíble, demostrando reconocer su mala acción, con sincero
arrepentimiento de haber ocasionado el mal. Quizá hoy sea una ocasión para
echar una mirada a mi familia (che
tupaó-í), hacia mis compañeros de trabajo, vecinos, etc, y comience por
eliminar resentimientos. Tal vez sea oportuno pensar en la relación costo-beneficio, preguntándome: ¿Vale la
pena romper relaciones y declarar la guerra?, ¿Amerita tanto enojo el no haber
sido saludado hoy… porque no me agradeció, y demás insignificantes porqués?
Se necesita más coraje para perdonar que
para desafiar. Quien perdona no es débil.
Jesús, el más justo de todos, inmaculado e inocente, ha sufrido más que todos,
sin embargo, perdonó, y no por cobarde. El perdón no es posible sólo con la
fuerza, inteligencia y voluntad del hombre. Es necesario ayuda de lo Alto. ¿Por
qué no lo intentamos, al tiempo de afanarnos por comprar un juego de pesebre?
No hay comentarios:
Publicar un comentario