lunes, 9 de julio de 2012

VIRTUDES CARDINALES (II)

La Prudencia

Se dice que la Prudencia es “madre” y fundamento de las restantes virtudes cardinales: justicia, fortaleza y templanza; que, en consecuencia, sólo aquel que es prudente puede ser, por añadidura, justo, fuerte y templado; y que si el hombre bueno es tal, lo es mediante su prudencia. (Las Virtudes Fundamentales – Pieper - p. 33).

Importa poco determinar cuál de las cuatro virtudes cardinales es el primero en jerarquía, pero a juzgar por lo precedentemente dicho, no plantea inconvenientes ponerla en primer lugar.

Algunos conceptos de prudencia: “prudente” es el que sabe cuidarse de no tener que de mostrar ser valiente; “prudente” es el “letrado experimentado”, hábil para esquivar los “ataques” del adversario; “prudente” es el que siempre llega tarde en momentos de peligro; “prudente”, como ya habíamos señalado, es también aquel que hace sus “fechorías” sin ser descubierto, etc.

La prudencia es la causa de que las restantes virtudes, en general, sean virtudes. Por ejemplo, la “rectitud” conseguida a través de la templanza, no podría darse sin la intervención de la prudencia, porque sólo la ésta perfecciona el impulso del obrar. San Ambrosio afirma, en su libro “Sobre los Deberes”, que la justicia de nada sirve cuando falta la prudencia. (p.37)

La “prudencia” es la medida de la justicia, de la fortaleza y de la templanza. La primacía de la prudencia sobre las restantes virtudes indica que “hacer el bien” supone un conocimiento de la realidad. Sólo aquel que sabe cómo son y se dan las cosas, es capaz de obrar bien. No bastan muchas veces la “buena intención” ni la “buena voluntad”, para hacer bien las cosas. Es necesario conocer las realidades concretas. Es conocido el adagio que dice: “El camino al infierno está lleno de buenas intenciones”

El prudente captura la realidad y luego ordena su “querer y hacer”. El prudente actúa previendo, incluso, las consecuencias de su obrar, aunque convencido esté que su “hacer” es legal, agradable o deseable. ¿Cuántas acciones, luego de conocer sus consecuencias,  aun con muy “buena intención”, hubiéramos deseado no haberlas realizado? Con otras palabras podríamos decir que la prudencia advierte sobre la relación “costo-beneficio” de cualquier acción. Así las cosas, se puede afirmar que todo pecador, lo es por imprudente.

Santo Tomás añade que la prudencia, (junto con la justicia) constituye la virtud más propia del soberano, como por otra parte, el arte de gobernar representa la forma suprema de prudencia. ¿Qué tan soberanos somos para cada uno de nuestros actos?

Entonces, no cabe sino aceptar que la prudencia es causa, raíz, “madre”, medida, ejemplo, guía y razón formal de las virtudes morales. (p. 39). Hay decisiones oscuras y claras. La prudencia es la claridad de la decisión del que ha resuelto “hacer y decir la verdad” (cfr. S. Juan 3, 21).





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