Jerarquías entre ellas
Me apresuro a aclarar que esta serie de artículos sobre las virtudes que inicia hoy, no pretende constituirse en cátedra de Teología Moral, ni mucho menos. Simplemente lo hago con la intención de abordar criterios y valores olvidados o rechazados, para reflexionar y ponerlos en práctica, si lo consideraran pertinentes.
Hace unos años, nos cuenta Josef Pieper en “Las Virtudes Fundamentales”, p.14, Paul Valéry pronunció en la Academia Francesa un discurso sobre la virtud. En éste nos dice: “Virtud, señores, la palabra “virtud”, ha muerto o, por lo menos, está a punto de extinguirse... sólo la he oído mencionar en las conversaciones de la sociedad como algo curioso y con ironía...”
La virtud, sin embargo, como lo afirma Santo Tomás, es lo máximo a que puede aspirar el hombre, o sea, la realización de las posibilidades humanas en el aspecto natural y sobrenatural. Por tanto, el hombre virtuoso es aquel que hace el bien de acuerdo a sus inclinaciones más íntimas, a su conciencia. Y la primera virtud del cristiano es el amor a Dios y a su prójimo, nos lo dice las Tablas de Moisés.
La primera entre las virtudes cardinales es la Prudencia. Es más, no sólo es la primera entre las demás, iguales en categoría, sino que, en general, “domina” a toda la virtud moral. (p.16). El término prudencia, sin embargo, para muchos tiene un significado particular: El adúltero que se precia de sagaz, afirma “callado”, “letradito”, es decir, “prudente” pues la esposa no se percata de su fechoría. Por tanto, estamos ante la prostitución del vocablo Prudencia.
La Justicia, que no es sino la capacidad de vivir en la verdad con el prójimo, está más íntimamente ligada con la prudencia. Porque la justicia es la base de la posibilidad real de ser bueno. Jesús nos lo recuerda muchas veces que el “justo” se salvará. Sólo el hombre justo puede ser objetivo, y la falta de objetividad, equivale a ser injusto. (p18)
La Fortaleza, que no es el famoso “mbareté”, sólo existe donde hay justicia. De donde se desprende que no se puede, válidamente, alabar la fortaleza de alguien injusto. Por ello viene a la memoria tantos actos vandálicos que enlutan familias, por errónea creencia que el fuerte dice y hace lo que quiere.
Templanza, simple y llanamente es continencia, autodominio en todos los órdenes de la vida. Aunque pueda y quiera, ¿debo hacer todo lo que quiero y puedo? La templanza es la virtud que regula cuánto debo comer, beber, dormir, jugar, etc. Beber un poco de cerveza no está mal. Beber durante horas litros de alcohol, ya es signo de debilidad extrema. Participar de una fiesta entre amigos es necesario y agradable. Extenderla hasta el amanecer, “chupando” como un descosido, es simplemente una bestialidad.
En próximos artículos abordaremos cada una de estas virtudes. Si adhiriéramos a nuestras vidas algo de estas virtudes, nuestras familias, sociedad y país saldrían rápidamente a la superficie de civilidad, pues hoy, vivimos por debajo de nuestra existencia, al decir de un querido amigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario