jueves, 17 de noviembre de 2011

FIDELIDAD A LA PALABRA EMPEÑADA

                                                        Hoy, un valor perdido

En algún tiempo no muy lejano, el respeto a la palabra dada era considerada como pilar básico sobre el que se construía cualquier relación personal o laboral. Hoy, mantener las promesas y los compromisos libremente asumidos, no tienen ningún valor.

Hemos olvidado que ser fiel, es una manera de ser justos, conforme a lo que la verdad enseña. Quien es fiel es buen ciudadano, correcto profesional, amigo sincero, vecino y compañero de trabajo leal, es decir, la fidelidad hace al individuo justo y veraz.
Al punto, surge la fastidiosa pregunta..¿Qué significa hoy ser justo y veraz...?

Es verdad que no pocas veces vivimos - estudiamos, trabajamos, compartimos – en ambientes impregnados de hipocresía y cinismo, pero el que es fiel y leal no se deja  superar por obstáculos para honrar su palabra.

Nuestros padres y abuelos llegaban a un acuerdo en base a la “palabra empeñada”. Se daban la mano y este gesto valía más que cualquier documento. De hecho, en muchos casos nos se firmaban papeles, bastaba la sola palabra. Hoy un documento firmado y sellado, dependiendo del caso, puede tener la misma importancia que el de rascarse la nariz.

Actualmente campean victoriosos el fraude, la estafa, el pokaré , el japú y otros vicios comunes, tolerados alegremente como signo de “nuestro tiempo”, y no pocas veces aplaudidos por la masa. Dicho de otro modo, ayer, quien faltaba a su palabra era repudiado por la sociedad. Hoy, no es raro que este mismo “ejemplar” sea entrevistado en cualquier canal televisivo.

Se promete la entrega o culminación de un servicio tal día, pero no se cumple; se marca cita para una consulta, pero el médico no está a la hora fijada; se promete devolver lo prestado, pero una excusa aflora para explicar la irresponsabilidad; se acuerda iniciar un acto, una actividad a tal hora, pero la autoridad, debido a sus “múltiples compromisos”.....

Quien permanece fiel sólo a sí mismo, a su propio egoísmo, se torna un paria social. Por tanto, es saludable y urgente abocarnos a la tarea de recuperar el valor de la palabra empeñada y cumplir con los compromisos asumidos libremente. La fidelidad es virtud de gente superior.

Por eso, ahora más que nunca, el precepto evangélico debe ser brújula orientadora para logra una sabrosa convivencia humana, comenzando por honrar nuestra propia palabra, nuestra propia promesa: “Quien es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho” (Lc. 16,10)


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