Argumento del pensamiento primitivo
Nada ni nadie es absolutamente independiente fuera de Dios. El hombre, por tanto, no es un ser absoluto porque ninguna de las facultades lo es. La limitación es triple: física, psicológica y moral. Sus limitaciones cognoscitivas y volitivas son evidentes; y respecto a la moralidad de sus actos, sabe con seguridad que hay acciones que puede hacer pero no debe realizar, nos recuerda José R. Ayllón, en su libro “En Torno al Hombre” p. 114.
Así las cosas, cuando la libertad de acción no respeta límites, atenta contra la justicia y rompe la paz. Esto se da cuando alguien ataca el sagrado derecho de otros, por ejemplo, con estridente polución sonora en medio de la noche, impidiendo el necesario descanso de quien al día siguiente debe trabajar.
Este acto de prepotencia provoca la ira de los afectados y quebranta la paz pública; es un acto inmoral, y cualquier inmoralidad no puede defenderse en nombre de la libertad, porque entonces, no se podría condenar el crimen, el robo, el adulterio, la mentira.
Sabemos que el hombre, por ser alguien privilegiado en el cosmos, posee un recurso suprabiológico: la inteligencia, que le permite entender la realidad. La inteligencia hace que “conozcamos y entendamos lo que las cosas son de suyo”. Por tanto, quien actúa como un mamút salvaje, no entiende lo que hace al violentar básicas reglas de convivencia humana. Y hablar en el siglo XXI de necesidad de respetar reglas de convivencia social, es de por sí, un grave atentado contra la razón.
La libertad vivida con inteligencia construye justicia y paz. La diferencia fundamental entre el hombre y el animal no es morfológica: es la libertad y la inteligencia (p.113)
Así las cosas, cabe reflexionar muy seriamente sobre la conducta del homo sapiens actual. Menuda tarea para explicar, por ejemplo, el demencial "bautismo" de estudiantes que ingresan a la carrera de medicina; la grotesca conducta cívica de ciertos profesionales de nivel terciario y la bajeza moral de encumbrados docentes de ésta y aquella universidad.
El que actúa con prepotencia, probablemente se crea confiable y superior a los otros. Pero nadie es creíble - dice el Dr. Carlos Díaz - mientras esté en esta tierra. San Francisco gritaba: “Tú me crees santo, pero yo puedo aun tener hijos con una prostituta, si Dios no me sostiene” La credibilidad no es de los hombres, sólo es de Cristo.
¿Podríamos honestamente creernos mejores que San Francisco? Si es el caso, demos gracias a Dios y cantemos salmos de alabanzas ahora y siempre. Todos ansiamos y buscamos la felicidad ahora, y el cielo, más tarde. Alguien ya dijo que “el cielo es allá donde lo más mío sale corriendo hacia lo más otro” Dicho de modo sencillo, podemos vivir ya ahora las bondades del cielo... ¿cómo? ... respetando a los demás como queremos que nos respeten. Es la regla de oro y no es muy difícil...si queremos.
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