¿DÓNDE..CUANDO?
En sus primeros años de vida independiente, el gran país se desarrollaba sano y vigoroso, como era de esperar. Su gente era respetuosa, solidaria, pacífica y laboriosa. Era un país tan próspero que provocaba la envidia de algunos vecinos. “El país de las maravillas”, al decir de uno de sus hijos.
Pero la bonanza no duró mucho. El país fue arrasado por guerras, revoluciones, asonadas y demás trifulcas internas. El gran país iba resquebrajándose. Al parecer, la calidad de su capital humano perdía vertiginosamente su vigor cívico-moral. Se dijo por ahí, que la grandeza de un país radica fundamentalmente en el potencial humano por encima de otros recursos.
Y así el país ha parido un gobernante dictador quien - según algunos beneficiados del régimen - ha re-establecido el orden, la justicia y la paz. Se alzó entonces con el título honorífico de “Segundo Re-constructor de la República”
Al concluir esta larga era de paz, paradójicamente, el gran país inicia el interminable tránsito hacia la democracia; se hicieron, entonces, con el timón de la patria gobernantes sospechados de narcotraficantes, tramposos de urnas, amables borrachos, alegres histriones tilingos y autistas.
Con todo, el gran país, enfermo, dolorido y quebrado no se dejó estar. Sigue trabajando tenazmente para desafiliarse del infortunio causado por la mala praxis política y la extrema chatura cívica de muchos de sus hijos, quienes hoy, parecieran haber nacido con vocación de repelentes, habida cuenta donde quiera que vayan respiran respulsión por todos sus poros.
Por ello hoy, el titánico desafío del gran país es luchar frontalmente contra el flagelo del pokaré, del vaí vaí, del insano deseo de perjudicar al otro, del irrespeto y del vyroreí, de la ignorancia y de las hediondas aguas de bajeza moral en que nadan saludables muchos profesionales académicos y no académicos; ellos viven con la conciencia y el espíritu atenazados y no aspiran una existencia pacífica en su comunidad.
El país puede volver a recuperar la grandeza, si logra recomponer su nivel cívico-moral. Bueno es, por tanto, llevar en cuenta lo que el Papa Ratzinger había dicho alguna vez:
“El verdadero problema de nuestros días es la ceguera de la razón para percibir la inmensa dimensión no natural de la realidad”
Sugerimos iniciar el proceso de reconstrucción comenzando por dos cuestiones puntuales y de aplicación inmediata: 1) Practicar la puntualidad, siempre. 2) Trabajar la regla de oro: “No hacer al otro lo que no quiero que me hagan a mí”, es decir, procurar hacer el bien y evitar el mal.
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