Del político
cristiano
Conciencia y conducta del político cristiano, fue uno de los temas abordados por el
Dr, Secundino Núñez, durante el curso de verano, en el año 2003, que comparto: Según opinión generalizada, la gente no
tiene mucho aprecio a quienes hacen de políticos.
Muchos piensan que son estériles y que
solo buscan trepar al poder para gozar privilegios de toda clase y agrandar su
bienestar. Otros dicen que alzados con cierto prestigio público, se olvidan del
pueblo y gastan su tiempo en enredo de partidos y acomodo de intereses.
Para ser eficazmente político, dice la
gente, hay que tener mucho arte para robar y mucha imaginación para mentir.
(cf. S. Núñez “Política y Políticos”, pag. 9)
Comienzan afirmando que lo político se
halla al margen de la moral; que no se puede gobernar con padre-nuestros, ni se
puede exigir nada con éticas timideces. El político debe ser insensible y
fuerte, como para imponer su voluntad, sin dar mucho crédito “ni a la renguera
del perro ni a lágrima de mujer” al decir
Martin Fierro.
Lastimosamente, cuando hoy día se habla
del bien común, se entiende como el bienestar material o crecimiento económico.
Buen gobierno es aquel que crea y promueve riquezas asegurando al pueblo pan
trabajo y tranquilidad.
Significa que el humanismo de hoy, juzga
poco enriquecedores a los valores espirituales y morales que dan a la
existencia humana, plenitud. Es ahí donde más se nota el desacierto de los
políticos, en el mal reparto de bienes materiales y en la desenfrenada codicia
con que al dinero le rindieron culto.
Pero, aun en esta tierra, no solo de
pan vivimos los humanos. Y la política
debe ocuparse de todo cuanto procura contribuye al bienestar integral de todos.
Luego, ¿seguimos negando grandeza y
méritos de esa escasa porción de ciudadanos que gastan su tiempo, esfuerzo y
quebrantos, en busca de recursos para la comunidad? ¿No debemos, más bien
alabar y apreciar la labor de quienes, aceptan las cargas de esta tarea?
Son excelente como técnicos o expertos en
una determinada área ministerial; pero no ven los problemas del pueblo. Les
falta humanidad; les falta baño de multitudes. Decía E.
Mounier, “La política no es todo, pero está en todo”…
“Gobernar no significa hacer las cosas, sino,
ordenar las cosas que deben hacerse”, enseñaba Santo Tomás. Justo en
esto radica la esterilidad de la gran burocracia con que la política se maneja.
Así, integridad es la calificación
fundamental con que el auténtico político debe mostrar y vender su prestigio.
Claro que, un logro de esta índole no es fruto de improvisación o poco esfuerzo.
Requiere estudio en lo teórico y
experiencia en lo práctico. Por eso Aristóteles decía: la gente joven no puede
tomar el timón de la política, ni orientar ni conducir la vida pública.
De esto, una señal llamativa es: que
nunca hubo niños ni en la filosofía ni en la política.
Entonces, aquel que sienta vocación por la
actividad política, nunca han de transar con el ambición de los osados y
mediocres. Son los que encandilados por el poder y el dinero, no gastan un
centavo de escrúpulo para aparentar lo que no son ni pueden ser.
Muy por el contrario, lo que ha de
proponerse un joven o un novel hombre político. Es afirmar el ánimo con robusta entereza y
consagrarse con afán heroico a la lenta formación de la rica personalidad que
ha de llegar a ser.
Debe formar poco a poco su inteligencia,
enriqueciendo la mente con lenta digestión del saber humano que de manera más
directa afecta a la política. Animoso esfuerzo y largo tiempo traerán la
madurez.
Sin embargo, lo más provechoso de esta formación
intelectual, no es tanto acumular conocimientos ni la rica memoria de
aconteceres de la historia. Lo más útil de este proceso adquisitivo es aprender
a pensar. Como
decía aquel profesor; “más vale testa que texto”.
Lo que más enriquece y da superioridad
personal al ser humano es el ejercicio recto y ordenado de su voluntad
libre.
Un político comprometido debe honrar su personalidad.
Ya se dijo que: “El poder descubre al hombre”.
Porque ejercitar el mando deja al desnudo que no es tanto la ciencia, ni la
técnica, las supremas cualidades de un conductor de hombres, sino la integridad
moral, hecha de prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
Exigencias particulares que el ejercicio
de la política impone a un hombre cristiano.
Se da por hecho que una tarea noble y
difícil como es la política, no se puede llevar con éxito sin inspiración y
subsidios de la divina providencia. Como decía Alexis de Tocqueville: “Es el despotismo quien puede
prescindir de la fe, pero no la libertad.
La religión es mucho más necesaria en la
república que en la monarquía y en la república democrática, más todavía. ¿Cómo
podría la sociedad evitar perecer, si la tarea política se relaja. Y qué hacer
de un pueblo dueño de sí mismo si no está sometido a Dios?”.
Y hablamos del cristiano que vive su fe,
no adormecido o inerte, sino con robusta y clara conciencia espiritual.
En primer lugar, debe arrancar de sus
adentros la nefasta idea de que la actividad política necesariamente ensucia y
corrompe la personalidad moral. Debe desechar esos estorbos morales y plantar
muy hondo en su corazón y mente la convicción de que la justicia y la caridad
nunca llegan a tanta altura como cuando se ejercitan al servicio del bien
común.
Esté donde esté, haga lo que haga, el
cristiano debe estar persuadido de que “después de Dios, como decía san Agustín,
nada más grande que la patria”.
Juan Pablo II, en su Chistifideles Laici
nº 42, dice: “Para animar cristianamente al orden temporal, los fieles laicos de
ningún modo pueden abdicar de la participación en la política”.
Decía el célebre padre Lebret: “Para
el cristiano, la política nunca puede ser otra cosa que la ciencia, el arte y
la virtud del bien común”.
Y toda nuestra conducta, así pública como
privada, debe ser tan íntegra y clara hasta el punto de no ofrecer grieta
alguna, para que el agua turbia del descrédito y la maledicencia socave nuestra
buena fama.
Esas malas artes de la camandulería corriente,
como son la astucia, la mentira, el soborno, la adulación, el chantaje y otros
recursos arteros, ni remotamente deberán formar parte de la acción y combate de
un auténtico político cristiano.
Un político cristiano, como ningún otro,
debe utilizar diálogo franco y fraterno. También, un político cristiano que no
capitula ni siquiera frente al diablo, debe apoyarse en la convicción de san
Juan de la Cruz: “Donde no hay amor, ponga amor y sacará amor”.
El papa León XIII hace ya más de cien años
decía: “Cuando la democracia sea cristiana, hará mucho bien al mundo”.
En una de las últimas cartas escritas
(Ago1954) Alcides de Gásperi, escritor, político y excelente cristiano decía: “Lo
que sobre todo nos debemos transmitir unos a otros es el sentido del servicio
al prójimo, tal como lo pedía el Señor Jesús”.
Sirvan estas palabras del gran político
italiano como el paso final, de colofón, a estas reflexiones sobre el alma y
vida de los políticos.