lunes, 22 de abril de 2024

EL CAPRICHO... ¡Avarekó!

Según la RAE, capricho es: “Determinación que se toma arbitrariamente, inspirada por antojo, humor o por deleite en lo extravagante y original”. 

Así, la gente caprichosa es inmadura, engreída y débil, porque su base de relacionamiento interpersonal, es defectuosa, incompleta e imperfecta. Carece de fortaleza para un trabajo serio, para vencer su desidia, apatía o dejadez.

Es la mala costumbre que nos lleva a hacer siempre lo que nos gusta y queremos. Domina nuestras creencias y sentimentalismo; nos convertimos en el “centro del mundo y la medida de todas las cosas”, dice el psicólogo Humberto Del Castillo. 

Enrique Rojas Montes afirma que el caprichoso “no está dispuesto a renunciar a los deseos inmediatos, no tiene hábito para los esfuerzos concretos y frecuentes, todo lo quiere ya... “nada sabe negarse”. 

“La gente caprichosa vive apegada a sus gustos y planes. Le cuesta mucho obedecer, cambiar de opinión o hacer lo que otros opinan. Entonces, reduce su vida a sus caprichos. Se erige como la norma para los demás”. 

Se siente mal cuándo las cosas no salen como quiere, le da mucha rabia.  No soporta renunciar a sus gustos, no es capaz de renunciar a “sus planes” … 

Y cuándo no se hace lo que dice o no piensan como él o ella, entonces pone “mala cara” o “se calla, se encierra, anula una reunión, deja de participar en el grupo en el que está. Es decir, se hace esclavo de “sus caprichos”.   

Algunos rasgos de la gente caprichosa: Son impacientes, egoístas, impulsivas, mal humoradas, desconsideradas con los sentimientos del prójimo, impredecibles, desafían a la autoridad y las normas sociales, cambian de humor repentinamente …. 

La Iglesia nos recuerda la obligación de portarse bien. Perfección en todo aquello que nos incumbe, es la mejor contribución que cada uno puede hacer al turbulento mundo en que vivimos. 

Porque va a llegar el tiempo en que la gente no soportará la sana enseñanza; más bien, según sus propios caprichos, se buscarán un montón de maestros que solo les enseñen lo que ellos quieran oír. Darán la espalda a la verdad y harán caso a toda clase de cuentos” (2 Tim 4, 3-5) 

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