viernes, 5 de abril de 2024

¡CADA UNO PARA SÍ...Y Dios para todos!

 
Debemos amar al otro, sea o no hermano de sangre. Dos seres humanos, son prójimo el uno del otro, sin importar relaciones de parentesco o lo que uno de ellos pueda pensar del otro. “El cada uno para sí y Dios para todos, no funciona, es inútil, estéril, infructuoso-ndoikói. 

Les doy un mandamiento nuevo: Que se amen los unos a los otros. Como yo los amo a ustedes, así deben amarse ustedes los unos a los otros. Si se aman los unos a los otros, todo el mundo se dará cuenta de que son discípulos míos”, dice Jesucristo-he'i Tupa Ñandejara (Jn 13:34-35). 

Pero, no es tarea fácil porque somos imperfectos… somos intolerantes y demasiado nos cuesta aceptar las debilidades de otros, por no entender que nosotros mismos somos defectuosos. 

La solidaridad se considera señal positiva, un gran valor entre los humanos, por asociarse con la compasión, el desprendimiento y la generosidad. Por ejemplo: ayudar a los viejitos a cruzar la calle, ayudar al vecino…. Ayudar a empujar el auto averiado de algún desconocido, etc… 

“Preocuparse y ocuparse de los demás, entregarse a en acción positiva. Es un apostolado; no es una asignatura opcional para los cristianos, dice el P. Alfonso Milagro y agrega: 

No olvidemos que el hombre no se salva hasta que él mismo no se convierta en salvador de los demás; solamente se salvará ayudando al necesitado. 

Ante el gran trabajo que queda por hacer, vale recordar el proverbio oriental: “Más vale encender un fósforo que maldecir en la oscuridad”; más que lamentamos de que falta mucho por hacer, o de que los otros hacen poco, hagamos algo, encendamos una luz para disipar las tinieblas. 

Jesucristo no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida por nosotros”. (Mt 20:28) “El ¡Sálvese quien pueda! no es cristiano. Nos salvamos en racimo; con los otros y por los otros; hay que salvarse salvando, porque solo “salvando nos salvaremos”. 

“Pero entre ustedes no debe ser así. El que quiera ser grande, deberá servir a los demás. Y el que entre ustedes quiera ser el primero, deberá ser su esclavo. (Mt. 20,26-28) ¡Ta upéicha!

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