Pero, ¿nos preparamos para lo real que nos va a ocurrir, aunque no sabemos cómo. dónde ni cuándo?
Así las cosas, aunque nos disguste, es necesario prepararnos -no desesperarnos- para morir. Porque eso ocurrirá. Por consiguiente, decía el Hermano Roger; "a la muerte hay que mirarla de frente, aceptarla como la parte final de nuestra existencia".
Urge responder a cuestiones vitales: ¿Hacia dónde me encamino, qué sueños tengo, qué ángeles están conmigo, qué demonios me atormentan?
Por tanto, es mejor preparar la mente, y fundamentalmente el espíritu, para enfrentar al justo Juez, en aquella hora.
“En cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni aun los ángeles del cielo... Solo lo sabe el Padre. “Como sucedió en tiempos de Noé, así sucederá también cuando regrese el Hijo del hombre. En aquellos tiempos… la gente comía y bebía y se casaba…
Cuando menos lo esperaban, vino el diluvio… Así será cuando regrese el Hijo del hombre … de dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro será dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra será dejada (Mt 24:341)
Por eso es necesario humildad y arrepentimiento de tantas acciones equivocadas. ¿Por qué no vivir siendo generosos, ayudando a otros? ¿Qué perdemos haciendo el bien?
Vivir no siempre es muy placentero. ¿No morimos acaso, un poco cada día con los dolores, enfermedades de familiares y amigos, fracasos particulares o profesionales, entre otras decepciones propias del terrenal existir?
Lo dicho es una realidad que no podemos esquivar. Entonces, ¿por qué no vivir lo que nos resta de vida, confiando en Jesucristo, para que nos ayude a soportar el peso de cada día, entregando al Señor Jesús todos nuestros quebrantos, incluidos los de nuestra familia?
"Nosotros somos ciudadanos del cielo, esperando que venga el Salvador Jesús, que cambiará nuestro cuerpo miserable, para que sea como su propio cuerpo glorioso. Y lo hará por medio del poder que tiene para dominar todas las cosas. (Fil 3, 20-21)
Así, estemos confiados y en paz con nosotros mismos y no temer a la muerte, ¡Ta upéicha!
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