¿Por qué… si a nadie le hice mal?
Decía aquel profesor: “No sentirme valorado puede hacerme pensar que valgo menos que otros. Y peor, si soy generoso, dispuesto a ayudar, leal amigo, aun así, los otros no me retribuyen…es triste”.
“Eso motiva duda y enojo cuando los demás no agradecen todo nuestro esfuerzo; daña nuestra autoestima, y puede hacernos sentir cada vez más inseguros; dejar de valorarnos a nosotros mismos”.
¡Oh mundo cruel! ¿Por qué la gente no quiere hacer el bien? Alguien dio este oportuno consejo: “No te victimices, no exijas ni reclames: hagas lo que hagas, nadie está obligado a quererte”. Además, ¡nadie murió por no ser correspondido!
“La revolución de la ternura -dijo P. Francisco- es la que hoy tenemos que cultivar como fruto de la misericordia: la ternura de Dios hacia cada uno de nosotros”. ¡Dios nos ama a cada uno, infinitamente!
¿Puede una mujer olvidar a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella lo olvide, yo no te olvidaré, nos asegura nuestro Creador. (Isaías 49-15)
La grandeza de una persona está en dar sin que reciba poco o nada. ¿No recibimos algo de gente que menos esperamos? ¡Cuando damos, no esperemos nada a cambio! (Aunque nos tengan por tontos)
¿Por qué nos metieron en la mente que dar supone -siempre-katú eterei- tener que recibir también algo? A propósito, dice un escrito que recibí:
“Al meditar sobre esto pude entender porque nos cuesta tanto disfrutar de la gracia de Dios. Es que nos acostumbramos a pagar de alguna forma por lo que recibimos.
El solo pensar en la cantidad de veces que hicimos cosas que nos alejaron de cualquier esperanza de salvación, nos hace creer que esforzándonos en hacer lo bueno, podremos pagar por nuestros errores y ahí sí podríamos ganar la salvación.
Es frustrante darnos cuenta que por más que nos esforcemos no lo lograremos, es humanamente imposible, por esto es que vino Cristo a padecer por nosotros y regalarnos la salvación. Él pagó el precio de lo que ahora nos regaló".
Un día, un hombre sabio y piadoso clamó al cielo por una respuesta. Encabezaba un grupo de misioneros que oraban por la paz del mundo, para que las fronteras no existieran y que toda la gente viviera feliz. La pregunta que hacían era:
- ¿Cuál es la clave, Señor, para que el mundo viva en armonía? Entonces, los cielos se abrieron y después de un magnifico estruendo, la voz de Dios les dijo: ¡COMODIDAD!
Los misioneros se sorprendieron al escuchar tal término de la voz de Dios. El hombre sabio preguntó de nuevo: ¿Comodidad Señor? ¿Qué significa eso? Dios dijo: La clave es: Como-di-dad. Es decir, así como yo les di, den al prójimo.
Como-di-dad vosotros fe; Como, di, dad vosotros esperanza; Como, di, dad vosotros caridad. Como di, sin límites, sin pensar en nada más que dar, dad vosotros al mundo... y el mundo, será un paraíso. Sigamos la clave de COMO DI, DAD.
No hay comentarios:
Publicar un comentario