sábado, 31 de agosto de 2019

LA FAMILIA…

¿RUMBO A SU DESAPARICIÓN?
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No es necesario poseer vastos conocimientos estadísticos para ensayar alguna hipótesis sobre la actual crisis familiar. ¿Hace falta inteligencia para advertir que mantener la promesa “hasta que la muerte nos separe” es vana ilusión? Basta con abrir ojos y oídos.

Sólo un bajo porcentaje de “buenos cristianos” dice creer en el matrimonio para toda la vida. Y ¿cuántos de éstos fieles son activamente amantes infieles? La verdad de unos pocos - decía Gandhi – quedará; la falsedad de millones se dispersará cual paja seca al soplo del viento”.

En este hermoso país que fue de Carlos Miguel Giménez (autor de Mi patria soñada) y que hoy es un Estado repartido en 17 tribus hostiles al cristianismo militante, no es fácil seguir las pisadas y encontrar  (al menos mayoritariamente) el “sublime rostro” de la fidelidad al cónyuge. Naturalmente, como no existe el mal absoluto, las consabidas excepciones, quedan fuera de este comentario.   

Es que, no son mayoría los que quieren seguir el plan divino y sus enseñanzas. Y muchos malentienden la doctrina como imposiciones o dogmas que atentan contra la "libertad y dignidad humana", cuando en realidad son propuestas para una sabrosa convivencia.

¿No será el momento de preguntarnos si hemos errado el modo de transmitir principios que conduzcan a que nuestros hijos acepten una jerarquía de valores para su propia vida? Si autoridades, padres y educadores solo logramos influir negativamente en los jóvenes…¿no estamos incinerando el país?

Cualquiera sabe que el futuro de la humanidad se fragua en la familia. Es necesario que las familias de nuestro tiempo, “ya no vivan por debajo de su existencia”. Que se levanten y vuelvan a  remontarse más alto...¡Ninguna familia seguidora de Cristo ha fracasado!

En los últimos tiempos las familias sufrieron transformación drástica. La mitad de los matrimonios termina en divorcio. En sociedades “progre” la adopción y paternidad por parte de parejas del mismo sexo son aceptadas sin  pudor.

El culto al “perreo” es normal y cada vez más niños nacen de estas cópulas: “coito ergo sum”. En resumen, salta a la vista que la familia “tradicional” se está desintegrando.

Afirman que una de las causas de este alegre descalabro, es porque cada vez la gente es más hedonista. “Vivimos por y para el placer y aprovechamos el momento. El matrimonio, al parecer, no se adapta a este estilo de vida”.

Otros dicen: Falta de tolerancia en las relaciones. Antes, el matrimonio era un compromiso de por vida; aunque peleas y quejas estaban allí, terminar con el matrimonio no era una opción. Hoy la “incompatibilidad de caracteres” es un gran motivo del fracaso matrimonial.

No faltan quienes aseguran que es fácil encontrar pareja. Así el miedo a la soledad ya no es problema, entonces ¿para qué atarse a alguien que crea líos si podes encontrar otra fácilmente?

Hoy, poner fin a un matrimonio legalmente constituido ya no es una “tiranía impuesta por la Iglesia”. Total, volver a casarse hoy moneda corriente. La gente se casa y "descasa" en segundas, terceras e incluso en cuartas nupcias. Las tentaciones están ahí y la infidelidad es su contracara. ¡Y dale qué va…todo es igual…no pasa nada!

Así las cosas, como hay escasez de referentes éticos, aquí y allá, por izquierda y por derecha, por arriba y por abajo, en esta y aquella institución, somos -nomás luego- al decir de Díaz, una indigente clase burguesa carente de virtud social y moral.

El sentimiento de culpabilidad es escaso lujo en nuestra fauna nacional. Si tenemos grandes “maestros fagocitadores” de los bienes público, sinvergüenzas y adúlteros ganando sin pausas ni barreras en el moderno juego de despojos al país…¿qué problema puede plantear romper un matrimonio?

Cabe imaginar sin enorme esfuerzo mental que la baja catadura moral de muchos sospechados, imputados e impresentables representantes…muy pronto nos regalen: ley del divorcio, unión legal; otorgar derechos de adopción de niños a personas del mismo sexo..etc.

Quiera Dios que los “comunes”, nos redimamos de esa disminución íntima del valor del “yo” sentenciado en la degradante expresión al uso: ñande ko upeichante voi, resultado de una dramática fragilidad cívica.... no permitamos tales atropellos. ¡AMÉN! Sábado 31.08.19  08.00


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