Sólo un bajo
porcentaje de “buenos cristianos” dice creer en el matrimonio para toda la vida. Y ¿cuántos de
éstos fieles son activamente amantes infieles? La verdad de unos pocos - decía
Gandhi – quedará; la falsedad de millones se dispersará cual paja seca al soplo
del viento”.
En este hermoso
país que fue de Carlos Miguel Giménez (autor de Mi patria soñada) y que hoy es un Estado
repartido en 17 tribus hostiles al cristianismo militante, no es fácil seguir las
pisadas y encontrar (al menos
mayoritariamente) el “sublime rostro” de la fidelidad al cónyuge. Naturalmente,
como no existe el mal absoluto, las consabidas excepciones, quedan fuera de
este comentario.
Es que, no son
mayoría los que quieren seguir el plan divino y sus enseñanzas. Y muchos
malentienden la doctrina como imposiciones o dogmas que atentan contra la "libertad y dignidad humana", cuando en realidad son propuestas para una sabrosa
convivencia.
¿No
será el momento de preguntarnos si hemos errado el modo de transmitir
principios que conduzcan a que nuestros hijos acepten una jerarquía de valores
para su propia vida? Si autoridades, padres y educadores solo logramos influir
negativamente en los jóvenes…¿no estamos incinerando el país?
Cualquiera sabe que el futuro de la
humanidad se fragua en la familia. Es necesario que las familias de nuestro
tiempo, “ya no vivan por debajo de su existencia”. Que se levanten y vuelvan a
remontarse más alto...¡Ninguna familia seguidora de Cristo ha
fracasado!
En los últimos tiempos las familias
sufrieron transformación drástica. La mitad de los matrimonios termina en
divorcio. En sociedades “progre” la adopción y paternidad por
parte de parejas del mismo sexo son aceptadas sin pudor.
El culto al “perreo” es normal y cada
vez más niños nacen de estas cópulas: “coito ergo sum”. En resumen, salta a
la vista que la familia “tradicional” se está desintegrando.
Afirman que una de
las causas de este alegre descalabro, es porque cada vez la gente es más hedonista. “Vivimos por y para el placer y
aprovechamos el momento. El matrimonio, al parecer, no se adapta a este estilo
de vida”.
Otros dicen: Falta de
tolerancia en las relaciones. Antes, el matrimonio era un compromiso
de por vida; aunque peleas y quejas estaban allí, terminar con el matrimonio
no era una opción. Hoy la “incompatibilidad de caracteres” es un gran motivo del fracaso matrimonial.
No faltan quienes
aseguran que es fácil encontrar pareja. Así el miedo a la
soledad ya no es problema, entonces ¿para qué atarse a alguien que crea líos si
podes encontrar otra fácilmente?
Hoy, poner fin a un matrimonio
legalmente constituido ya no es una “tiranía impuesta por la Iglesia”. Total, volver a
casarse hoy moneda corriente. La gente se casa y "descasa" en segundas, terceras e incluso en cuartas nupcias. Las tentaciones
están ahí y la infidelidad es su contracara. ¡Y dale qué va…todo es igual…no pasa
nada!
Así las cosas,
como hay escasez de referentes éticos, aquí y allá, por izquierda y por
derecha, por arriba y por abajo, en esta y aquella institución, somos -nomás luego- al decir de Díaz,
una indigente clase burguesa carente de virtud social y moral.
El sentimiento de
culpabilidad es escaso lujo en nuestra fauna nacional. Si tenemos grandes “maestros
fagocitadores” de los bienes público, sinvergüenzas y adúlteros ganando sin pausas
ni barreras en el moderno juego de despojos al país…¿qué problema puede
plantear romper un matrimonio?
Cabe imaginar sin enorme esfuerzo mental
que la baja catadura moral de muchos sospechados, imputados e impresentables representantes…muy
pronto nos regalen: ley del divorcio, unión legal; otorgar derechos de
adopción de niños a personas del mismo sexo..etc.
Quiera Dios
que los “comunes”, nos redimamos de esa disminución íntima del valor del “yo”
sentenciado en la degradante expresión al uso: ñande
ko upeichante voi, resultado de una dramática fragilidad cívica.... no
permitamos tales atropellos. ¡AMÉN! Sábado 31.08.19 08.00
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