¿TRAGEDIA O BENDICIÓN?
No pocas personas se “descompensan” ante
esta imprudente y terrorífica pregunta: ¿cuántos años pio vos tenés?...El
caballeroso defensor tronará: ¡no se hace tal pregunta y, menos a una dama!
Creo que debemos formularnos estas
preguntas: ¿Valgo menos si tengo más años? ¿Soy menos atractivo, exitoso y
amable con el paso del tiempo? ¿Cuál es el criterio para determinar la edad
ideal? ¿Ser joven siempre…para qué y para quién? ¿A qué edad se envejece?
Verdad es que al pasar los años, se
desgastan la salud, fuerza, memoria y destrezas; la vista disminuye, los oídos no
oyen bien, el corazón palpita distinto. Las facultades intelectuales disminuyen;
es más difícil recordar cosas. Los huesos duelen, es decir, los años pasan
factura.
Pero, acaso millones de personas no se
“despiertan con los mismos achaques y dolores”, afirmó el Dr. Johnson, Ludwig. “Y ¿cuál es la
alternativa a envejecer? Morir joven”.
Nadie creería que envejecer puede llegar
a convertirse en un arte. Sin embargo, si nos liberamos de los prejuicios que
limitan nuestra arraigada concepción de la ancianidad, podemos descubrir que
-en realidad- se puede vivir de manera sublime esta etapa de nuestra vida. (Anselm
Grün, 1945,
monje y sacerdote alemán, doctor en teología.
Grün, se considera un "joven
anciano", orienta a los lectores acerca de la manera de practicar este
bello arte de envejecer. Su libro explora los aspectos fundamentales de la
ancianidad y descubre rasgos de ella que, generalmente, pasan inadvertidos.
Quien aprende a transitar este camino
con agradecimiento, paciencia, mansedumbre y serenidad, será bendecido con una
vida renovada en su vejez.
Ser Lekajá tiene sus ventajas. Es curioso, pasamos nuestra infancia añorando ser
adultos para
no tener restricciones de ningún tipo, poder ir a donde tengamos ganas en el
momento en que queramos, quedarnos despiertos hasta cualquier hora y mil cosas
más con la que los niños suelen soñar.
Sin embargo, cuando llega la adultez y
nos damos cuenta de que viene acompañada por una enorme carga de
responsabilidades y compromisos que nos exigen, inmediatamente comenzamos a
añorar aquellos años dorados de infancia, cuando no teníamos que preocuparnos
por más que lavarnos los dientes,
dormir temprano, jugar mucho e ir a la escuela.
De todas maneras, ser viejo es bueno, no
por las inocentes libertades que soñábamos durante la infancia, sino porque es
la etapa de nuestra vida en la que podemos luchar por nuestros sueños y
aprender de la vida misma, pero siempre aprendiendo a ser mejor persona.
Así que después de todo, ser guaigüi
o lekajá
no es tan malo, aunque, Oscar Wilde, escritor y poeta irlandés (1854-1900)
diga que "La tragedia de la vejez no es ser viejo, sino haber sido joven"
Si analizamos en tiempo vivido, demos
gracias a la vida, y si conservamos la salud, ¿por qué no intentar hacer cosas que
nos gusta?
Por otra parte, deberíamos sentir
satisfacción por las canas que peinamos y por las arrugas acumuladas, pues, al
fin y al cabo, son testimonios del tiempo transcurrido con alegrías, tristezas,
emociones, logros de toda una vida, porque ¿cuántos miles de millones no cumplirán
50 años?
La vejez no
es una tragedia, simplemente es un desafío. Entre estos desafíos
está, ignorar la discriminación y el menosprecio. La carencia de reconocimiento
social por parte de los otros, es sinónimo de ignorancia y bajeza. Así las cosas,
¿vale la pena quebrantarse por lo que diga o piense un terrícola imbécil?
Ser adulto es ser sabio. La sabiduría se
adquiere con el trascurso del tiempo. Se equivocan quienes desprecian y se
burlan de los “viejos”, pues estos son como muros a cuyo abrigo crecen los
valores juveniles como la belleza, agilidad, fuerza y tecnología.
Con razón se dice: “Si en la vida
juvenil arde la llama; en la gastada y provechosa vida del “lekajá”, brilla la
luz y la esperanza”
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