Opción fundamental del militante cristiano
Todo y cualquier hombre siempre ha luchado por su felicidad. Unos mediante el placer y otros, apostando al tener. Ciertos herederos de Jeremy Benthan, conciben la felicidad como excedente de bienestar. Tampoco faltan quienes pretenden ser felices, en el reino del “ñembotavy”, evitando comprometerse por el bien para no “complicarse la vida”.
Felicidad es: “hacer lo que se debe y querer lo que se hace”. Aunque para ello deba exponerse al sufrimiento, al dolor, a la persecución, al desprecio. Optimismo trágico, dirá Emmanuel Mounier.
Hoy las teorías posmodernas han conformado un nuevo ethos que tiene en el consumo su “modus vivendi”. Luego, el burgués identifica la felicidad con poner su bienaventuranza en el supremo encanto del tener, en el gozo del confort y la seguridad que le brinda sus “posesiones”. Y ello mucho cuesta, por no existir recetas de felicidad a la carta, pues todo lo bueno, lo grande, lo sublime y lo valioso se logra solo con esfuerzo, con trabajo espiritual-corporal y sincero compromiso.
¿Cómo conciliar la exigencia, el sacrificio, el deber, con el gozo, la alegría, la plenitud?. Paradójicamente, el militante cristiano no es un infeliz, deprimido,amargado. Algo valioso lo seduce: el trabajo por el bien común, crecer como persona, vivir el evangelio con verdad robusta y sincero amor de patria. Optimismo trágico.
¿Cómo ser feliz si tengo tanto y el otro nada?. ¿Cómo ser feliz yo, sabiendo que el pobre por ser tal, sufre sistemáticamente injusticias?. ¿Como confrontar el mal sin perder la esperanza ni la capacidad de gozo?. El mundo y la ciencia callan ante estas preguntas.
El compromiso por combatir cotidianos sistemas deshumanizantes, coloca al militante contracorriente, contra viento y marea, cuando se trabaja contra el imperio del consumismo-relativista-nihilista, nuevos becerros de oro del tiempo actual.
No hay crecimiento de la persona si ésta carece de valores. Nadie que no reconozca su valía reconocerá valores, porque sabido es que, nadie da lo que no tiene. En consecuencia, no estimará verdaderamente a l otro quien carezca de autoestima. Cuando vivimos en armonía con los valores, estamos ya en camino de ser felices, aunque la búsqueda de la felicidad, suponga en ocasiones sufrimientos, dice Encarna Ayuso (IEM).
Así las cosas, se puede ser feliz más allá del mismo dolor y de la muerte, porque no es mayor el dolor que la gracia, pero la felicidad para el creyente es una felicidad paradójica, pues no puede alcanzarla por sus propias fuerzas sino por mérito de la muerte y resurrección de Jesús. Nunca poseeremos la felicidad ni aquí ni allá por grandeza propia, sólo por la Gracia. Por tanto, el Optimismo trágico, puede no ser tan trágico.
Lo dicho aquí no es tilinguería fantasiosa. La dicha de la vida consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar y alguna cosa que esperar, nos recuerda Carlos Díaz. Cada uno es responsable de “moldear su propia estatua”, de construir su personalidad, su historia, su relación con los otros; tarea complicada pero, posible, con optimismo trágico.
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