viernes, 21 de junio de 2013

LA PAZ INTERIOR...

 Tan anhelada... pero escurridiza

Se afirma que una cara sonriente es símbolo de felicidad. También se sabe que todo y cualquier mortal busca la felicidad. Y no pocas personas definirán qué la felicidad es un estado mental que se produce en la persona cuando cree haber alcanzado una meta deseada. Tal estado es propiciado por la paz interior.

Dirá Mounier que lograr este estado de gracia se alcanza cuando el hombre está bien consigo mismo y con el “otro”. Un requisito primordial para “capturar” esta paz es tener la conciencia limpia”, no sólo “tranquila”.  Tremendo desafío, pues la vida nos presenta dificultades que pueden amputar la capacidad de querer a los demás.

Pero el hombre en su afán de lograr su plenitud, choca con las “murallas” propias de sus limitaciones y con los mismos defectos de sus hermanos “terrícolas”. Para las personas que buscan la felicidad en el dinero, el poder y en satisfacer sus deseos, el “otro”, siempre podrá ser un muro molestoso, al que hay que derribar. El dinero tiene utilidad pero cuando se vuelve el centro de la existencia, mata la paz. Un refrán dice: “Cuando no tienes dinero, siempre piensas en él, cuando tienes dinero, solo piensas en él”

Dice el P. Nicolás Schwizer: “Una cualidad de los cristianos me parece ser, o por lo menos debería ser, la paz interior. Es importante sobre todo para la mujer. Así puede ser el centro del hogar en torno al cual gira la vida familiar. Una auténtica madre ha conquistado e irradia una profunda paz.

Y nosotros, ¿hasta qué punto hemos conquistado eso? Me parece que a muchos nos cuesta adquirir y conservar esa actitud. Tal vez nos dejamos presionar demasiado por las exigencias de la vida, de la casa, de los chicos, de la economía. Al volver del trabajo ya no quedan fuerzas para mantener la calma, dominar los nervios e irradiar paz.

El hombre de hoy no conoce la paz del corazón porque ha perdido la brújula, está confundido y desorientado ante los grandes interrogantes de la existencia. Por eso no es capaz de llevar una vida conyugal estable, asumir con dignidad cualquier compromiso serio. En lugar de una vida ordenada y armónica vive con estrés permanente, en actitud de dispersión, fuga y evasión. En una vida así es imposible encontrar serenidad y paz.

Paz con Dios. Según San Agustín paz el sosiego por ajustarse al orden establecido por Dios. Para que pueda tener paz interior debo haber conquistado la paz con Dios: saberme y sentirme hijo querido del Padre, entregarme filialmente a Él.

Paz con los hombres. Quien se sabe en paz con Dios puede lanzarse a la ardua tarea de buscar paz con los hombres. Meta tan necesaria como difícil en la vida conflictiva que llevamos. En ese horizonte tormentoso me toca a mí fomentar la paz y hacerla posible en mi pequeño entorno. Que los que viven en contacto conmigo sepan que nada tienen que temer de mí. Que no vean un rival, sino un amigo; no un obstáculo para su carrera, sino una ayuda en su camino.

Paz conmigo mismo. La división más profunda es la del propio yo. Por culpa del pecado estamos divididos por dentro en algo así como una guerra civil ambulante: conflictos entre alma y cuerpo, voluntad e instintos, razón y sentimientos, ángel y bestia. No aceptarme a mí mismo, rechazar mi pasado, no admitir mis debilidades, ser intransigente conmigo mismo, todo eso hace imposible la paz. Y es difícil estar en paz con Dios y los demás, si en mí mismo no hay unidad.  

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