En general, la conducta de personas
permisivas, consideradas “tolerantes”, configura una sociedad falsamente libre
y por consiguiente, una sociedad in firmis, no firme, es decir,
enferma.
Los papás permisivos –no
digo malos, a priori-, suelen criar hijos -las más de las veces-
inconscientes patoteros. Y cuando se quejan de su prole goriloide, ¿no será por haber
sido permisivos?: “Del mismo cuero sale la correa”, afirma aquel refrán.
De padres permisivos surgen hijos
prepotentes, irrespetuosos con síndrome de “gerente general del universo”,
ignorantes de cómo usar la libertad para elegir el bien y evitar el mal, porque
no diferencian lo bueno de lo malo.
Así las cosas, los hijos de papás
permisivos se tornan hombres-masa, es decir, incapaces de
razonar, siguiendo impulsos por satisfacer sus caprichos: molestan al vecindario
con polución sonora, en medio de la noche, entre otros actos, propios de
imbéciles.
Si los hijos han olfateado algún norte,
lo han perdido, y no viven respetando a los demás. Un clásico ejemplo: donde
van molestan, porque en casa los malcriaron mimando a sus “retoños” con la infantil
excusa:¡los jóvenes ko ahora así noma loo son!
Este modo de conducta genera, además de
confusión, reprochable estilo de vida.
El “perdonavidas” no tiene límites para motorizar
su idiotezca conducta matonil, porque el combustible que le da aliento, proviene
de su casa. Si no hay valores, si cada quien hace lo que quiere, no hay respeto
ni solidaridad.
El derecho a la paz, tranquilidad,
respeto al “otro” son elementos del bien común. Nadie tiene mandato para pisotear al semejante, argumentando la ignorante y enfermiza costumbre abogadil
de cacarear: “Estoy en mi casa -propiedad privada-y nadie puede impedirme hacer lo que quiera”.
Si no se respetan reglas básicas de
convivencia humana, no es posible que haya sociedad, luego, sería regresar al estado
salvaje de las cavernas y cobraría saludable vigencia la frase “homo
homini lupus” el hombre es lobo para el hombre. (Thomas Hobbes -1588-1679).
Cuando respetamos al otro es porque
sabemos que el otro es diferente: un valor único, irrepetible en el mundo y en
la historia. Pero si el otro nada vale, si es algo
indiferente, y es “menos que yo o no es nadie”, entonces, ¿por qué le voy a respetar?
Dice E. Mounier: La realización del
hombre como persona tiene lugar en la comunidad. Lo contrario de una comunidad
es la masa, aglomeración, indiferente, sociedad sin rostro, donde los
individuos son iguales pero no próximos...donde “Manipulan y oprimen unos pocos”.
Así como se aprende a ser “yo”, se
aprende también a ser “nosotros” y como hay una degeneración del “yo” en el
individuo, puede haber una degeneración del nosotros, es decir, se vuelve masa.
Se pregunta Aquilino Polaino, Neurólogo
y Psiquiatra (1945): ¿Puede haber una cultura sin valores?¿Puede progresar la
cultura en una sociedad permisiva? En la familia, cultivar la «tierra»
significa cultivar al hombre, a sí mismo, y todo esto supone esfuerzo.
Si todo estuviera permitido, el
esfuerzo, lógicamente también, estaría permitido, pero serían muy pocos los que
opten por él, si es igual el esfuerzo que la vagancia.
El papá que no educa por ser
«permisivo», ¿está haciendo algo por el futuro de este país? Sí; está
contribuyendo a aumentar el número de «patoteros», que son los que arruinan
nuestras importantes instituciones como la universidad.
Esta fauna es responsable de que «Las aulas universitarias sean mitad cuadra y
mitad prostíbulo». Esa es una de las principales consecuencias del permisivismo”,
decía el escritor Indro Montanelli.
Los padres no permisivos son educadores.
Por eso no ignoran que hay que luchar contra el “buenismo inútil”, que hay que
luchar cada uno contra sí mismo, para no ser permisivo ni con uno mismo, ni con
los demás.
Los padres, decía el Dr. Carlos Díaz: “Ya
no seamos chorros de espermatozoides o vagina de reproducción solamente”,
debemos ser educadores de nuestros hijos para una mejor sociedad. El Paraguay merece
una familia mejorada. ¡Feliz día de la Madre!.