Hay
dos tipos de gente esclavizada: a) Quienes viven hablando
de los demás. b) quienes viven quebrantados de miedo
al qué dirán. Es verdad que nadie quiere ser blanco de críticas, pero
éstas, no las podemos controlar.
Entonces, ¿por qué no ensayamos ignorar los comentarios que nos disgustan? Es decir, ¿por qué no hacernos el tonto-ñembotavy (tan nuestro) dejando la mala onda correr?
Si nos preocupa el qué dirán, somos rehenes de lenguas venenosas. Afectará nuestra autoestima y no seremos libres de tomar decisiones, por estar en boca de los demás.
Distinto es si alguien me hace una corrección fraterna (aunque no me guste) aprenderé a tomarlo con calma y luego, con gratitud, por entender que lo hizo de buena fe.
Dice Corina Valdano, psicóloga: “El miedo al qué dirán viene de nuestros instintos más básicos. En tiempos primitivos, quedar excluidos de la manada era asegurar la muerte a suerte de los depredadores.
Pertenecer garantiza supervivencia. Se comprende que el temor al rechazo se encienda cuando se trata de resguardar nuestra vida. Hoy, ya no hay leones merodeando. Y luego nos preguntamos, ¿Cómo queremos vivir?
Hay gente que teme ser excluida de la manada: la familia, los amigos, los compañeros, la sociedad. Hay otras que de a poco se van desprendiendo de ese miedo y entienden que la única amenaza en los tiempos que corren es dejar de Ser para pertenecer.
Podemos convertirnos en los peores depredadores de nosotros mismos al escondernos para no ser criticados. No nos hagamos a un lado. No olvidar que somos hijos mimados del Dios todopoderoso … ¿qué más queremos?
Quien hace algo útil y creativo en la vida, no gasta energías en agradar o desagradar a los otros. Eso será, sencillamente, un resultado positivo.
No
hagamos caso de quien habla de otros. El vacío de su propia vida “llena” con los
errores de la vida ajena. Por aburrido, por imbécil o por carecer de
autoestima, no le queda otra opción que indagar la vida del prójimo”.
¡Ta Upeícha! upéicha! upéicha!
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