sábado, 8 de diciembre de 2012

HÁBITOS Y VIRTUDES

¿Qué nos falta para ser virtuosos?

En su Introducción a la Ética, p.25, José R. Ayllón afirma: Aristóteles diseña la conducta ética con las cuatro virtudes que realizan perfectamente los cuatros modos generales del obrar humano: la determinación práctica del bien (prudencia), su realización en sociedad (justicia), la firmeza para defenderlo o conquistarlo (fortaleza) y la moderación para no confundirlo con el, placer (templanza).

Según Aristóteles, toda virtud es hábito de elegir y realizar prudentemente lo mejor. Se trata de una conquista no automática sino libre, guiada siempre por la razón. Como regla general, una conducta será mala tanto por exceso como por defecto, igual que es malo para la salud tanto la falta de ejercicio como su exceso, y también la comida insuficiente o excesiva.

Luego de reflexionar lo antedicho, cabe preguntarse ¿por qué no llevamos a la práctica – en casa, en el trabajo, en la escuela, es decir, en el ambiente que nos toca vivir  - aquello que conocemos? Si no se pone en práctica lo que se conoce, los conocimientos se tornan inútiles (conocimiento de naufragio, dirá graciosamente aquel colega).

Sabido es que tantas inconductas provocan conflictos, muchas veces por hábito de lo que se dice o hace. Sabido también es que “el exceso y el defecto destruyen la virtud, y el término medio la conserva”; sabemos también que, un término medio no es el mismo para todos, sino relativo a cada persona.

Y otra vez la pregunta: ¿Y por qué no se aplica en la cotidianidad lo que se “sabe”?. La virtud, dirá Ayllón, p.26, no es tanto un conocimiento teórico como una conducta estable, pues “sería inútil saber qué es la virtud y no saber cómo conseguirla, de la misma manera que no nos conformamos con saber en qué consiste la salud, sino que queremos estar sanos”.

Pero, ¿cómo se forman las virtudes?. En la escuela y colegio nos enseñaron que las virtudes se consiguen por los hábitos. Y nadie ha nacido con hábitos, sino que se adquieren por repetición de actos. En consecuencia, recomendará acertadamente Aristóteles, “adquirir desde jóvenes tales o cuales hábitos no tiene poca o mucha importancia: tiene una importancia absoluta”.

Por tanto, la enseñanza es: “si practicamos la justicia nos hacemos justos, si practicamos la mentira, nos hacemos mentirosos, si nos pasamos la vida bebiendo como “descosidos” nos haremos borrachos. Así también, si practicamos la puntualidad, no esperaremos y no haremos esperar, si practicamos la honestidad, seremos honestos, si rezamos, seremos piadosos….”

Entonces, pongamos en marcha nuestros conocimientos y sanas destrezas habituales, superemos los hábitos del vaí vaí y del pó karé y del japú – entre otras perlas que tanto nos caracterizan - y vivamos una sabrosa vida virtuosa y esclarecida. Nuestros hijos y la patria nos agradecerán. Que la Virgencita de Caacupé nos ayude. Amén.




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