Todo ser humano aspira a ser feliz, porque es “el mayor y el más precioso de los bienes” (Aristóteles). Unos definen la felicidad como la obtención del placer sin límites; otros, como realización personal y, no pocos, como total ausencia de problemas.
Jeremy Bentham considera la felicidad como un excedente de bienestar. Hoy se ha conformado un nuevo estilo que tiene en el consumo su modus vivendi. Bienestar que procede de una sobreestimación de los valores biológicos como la salud y la vida; y económicos; la empresa, la organización y el lucro económico, nos dice Mounier. (Rev. Acontecimiento nº 64 – 2002/3)
Y me pregunto: ¿es posible ser feliz aquí y ahora, donde la tilinguería desenfrenada ha sentado sus reales, y que como signo de los tiempos, la práctica más normal es causar escándalo con motos sin silenciadores, bocinazos en cualquier parte y a cualquier hora, molestosos ruidos de equipos de sonido en rodados, competencia criminal de carreras en calles y demás salvajadas, sin que estos delincuentes sean mínimamente importunados?
Viktor Frank dice que “al hombre de hoy se le hace difícil cualquier orientación hacia un sentido. Aunque tenga lo suficiente para vivir, no sabe exactamente para qué vive” Pero si encuentra sentido, entonces está dispuesto a renunciar, a asumir el sufrimiento, incluso, a sacrificar su vida como lo hiciera M. Kolbe. Si por el contrario no conoce el sentido de su vida, entonces la vida importa un pito, a pesar del bienestar y la abundancia.
Por eso, el militante cristiano ha de situarse en este escenario de lucha, de vida difícil, de combate frontal contra viento y marea, haciendo más que hablando, para no caer seducidos en la misma trampa que combate. Por tanto, es menester que el militante madure axiológicamente, controlando sus necesidades subjetivas con una escala de valores objetivos. El combatiente necesita autocontrol y coherencia de vida
Cuando integramos todos los valores y los vivimos en armonía, nos encontramos en condiciones de ser felices, aunque la búsqueda de la felicidad tropiece en ocasiones con sufrimientos. Así el militante entenderá que felicidad es: “Hacer lo que se debe y Querer lo que se hace”. Aunque para ello hay que exponerse al sufrimiento, al dolor, a la persecución, al desprecio. En palabras de Mounier, exponerse al Optimismo trágico. Así vivieron testimoniando Juan P. II, Teresa de Calcula, Juan Bosco, y tantísimos más.
El Sermón de la Montaña nos recuerda que la felicidad está más allá del dolor y de la muerte. No es mayor el dolor que la gracia. Llevamos un tesoro escondido en vasijas de barro, y esto es lo bello, dice Carlos Díaz. Nuestro compromiso está vacío si no está referido a un Absoluto, a la Trascendencia. Ese Absoluto es el Amor que amó primero y que nos pide hacer lo mismo con el prójimo.
Sólo con Aquel podremos vencer, además, estaremos preparados para el ninguneo, tiros cruzados, amargos cuestionamientos y burlas de quienes piensan diferente, y que a pesar de todo, les debemos respeto cariñoso, porque tal paradójica acción, es mandato divino. ¿No cae la lluvia y no sale el sol sobre buenos y malos? Conclusión: Si la vida tiene sentido, la felicidad tiene cabida.
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