Un sentir bastante generalizado cree que los políticos:
Buscan trepar al poder para escamotear y tener bienes. Otros dicen que, logrado el objetivo, se olvidan del pueblo a quien dicen servir, y gastan su tiempo en intrigas y en acomodo de intereses. Suman también sus voces quienes creen que ser eficazmente político significa, tener mucho arte para robar y mucha imaginación para mentir.
Pasan la vida fuera de casa; abandonan el cuidado de sus hijos y muy frecuentemente traicionan a la esposa. Por eso, muchos padres de familia desalientan a sus hijos cuando éstos apuntan hacia la vida pública. Prefieren para ellos profesiones más honestas, según dicen.
Hay gente afirmando que la política se halla al margen de la moral; que no se puede gobernar con padre-nuestros, ni se puede exigir nada con éticas tímidas. El político debe ser astuto, efectivo y calculador. Debe ser insensible y fuerte para imponer su voluntad sin dar mucho crédito “ni a la renguera del perro ni a lágrimas de mujer” como decía Martín Fierro.”
Pero para el cristiano, decía el P. Lebret, “la política nunca puede ser otra cosas que la Ciencia, el Arte y la Virtud del Bien Común” El político gobierna y “gobernar no significa hacer las cosas, sino ordenar las cosas que deben hacerse”, enseña S. Tomás.
Por supuesto, un logro humano de esa naturaleza no es fruto de improvisación o corto esfuerzo. Requiere sostenido estudio teórico y arraigada experiencia en la práctica. Por eso Aristóteles decía que la gente joven no puede tomar el timonel de la política; no puede orientar ni conducir la vida pública. (Nunca hubo niños prodigio ni en la filosofía ni en la política)
No obstante, lo que ha de proponerse al joven es afirmar el ánimo con robusta entereza y consagrarse a la lenta formación con afán vehemente. Debe enriquecer su mente con lenta digestión los saberes que aportan al bien común, a la política. Así logrará madurez. Cultivar la mente, fortalecer la voluntad (ejercicio recto y ordenado de la voluntad da superioridad personal) para disciplinar la conducta, es la consigna.
Entonces, política no es “habilidad camandulera” para abrirse camino robando con astucia y manipulando gente. Digamos finalmente que, un auténtico servidor cristiano debe parapetarse dentro del cuadrilátero de las virtudes cardinales: Prudencia, Justicia, Templanza y Fortaleza.
Por tanto, una empresa tan noble y tan difícil no puede llevarse adecuadamente sin la inspiración y subsidios de la divina providencia, viviendo la fe, no sólo hablando de ella.
Con obediencia atenta, entonces, recojamos lo que Juan Pablo II nos enseña en su Encíclica Christifideles Laici (nº 42): “Para animar cristianamente el orden temporal (mundo), los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política”
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