La
palabra -dicen- es un valor fundamental para tener prestigio profesional y
personal. Una simple fórmula para conocer el valor de la palabra es preguntar: De
cada 10 cosas que prometes a otros que vas a hacer ¿cuántas haces? De
cada 10 promesas como “ahata ko'êro”, ¿cuántas
cumplo?
En esta era “progre”, donde a las palabras “se las lleva el viento”, ¿qué valor tiene una promesa? Así, los compromisos que se asumen son muy cuestionados. Luego, la “palabra de honor”, nada de honor tiene. Así, la responsabilidad de cumplir lo prometido, es vital para la integridad humana.
Quien no cumple su promesa, está condenado a una vida de destino, con una deshonestidad tal que lo convierte en alguien “pereri” de poco fiar, “de limitada preparación moral e intelectual. La pregunta: ¿cuánto vale tu palabra? ¿Te haces 100% responsable de todo lo que dices?
¿Asumes las consecuencias de tu promesa incumplida? ¿Le das importancia o “re ñeembarei”? No es fácil reconocer que uno “no quiere o no puede” cumplir lo que promete; es más fácil inventar un pretexto mentiroso para justificar la irresponsabilidad.
Por qué nos cuesta reconocer los propios errores. Algunos motivos pueden ser, dice el P. Fernando Pascual: El 1° motivo surge simplemente cuando adopto una actitud defensiva. Aceptar mi error parecería que me empequeñece ante los demás.
Un ejemplo sencillo es el de los padres de familia que dijeron algo equivocado y no lo reconocen porque piensan que sus hijos podrían verlos como flojos e incompetentes.
El 2° motivo: cuando pensamos que reconocer un error es perder fama y nos sometemos las críticas ajenas. Esto ocurre, sobre todo con políticos, que creen perder aprecio (y votos) de la gente si aceptan haberse equivocado.
Además de los políticos, podemos añadir a profesores o a personajes públicos. Para ellos, reconocer que lo dicho era falso, implicaría pérdida de credibilidad y que seguramente les restarían votos.
El 3° motivo -unido en parte al anterior- está en grupos de poder políticos o económico, que van desde el mundo de la banca, entre otras empresas, que logran beneficios con informaciones falsas, y que perderían mucho si reconociesen algunos errores.
A pesar de los
motivos que hacen difícil aceptar las fallas, es necesario darnos cuenta y reconocer el error, porque tal acto es cosa de personas íntegras, virtud de
pocas personas hoy.
En el mundo actual importa en demasía la imagen, luego, hay temor para decir "perdón me equivoqué" por creer que al hacerlo se verían perjudicados. Entonces, con valentía digamos “No puedo”. cuando no me es posible cumplir una promesa. ¡Ta upéicha anguiru!
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