Nos sentimos mejores de lo que somos y, por el contrario, juzgamos a los otros peores de lo que son; pensamos que los otros tienen que cambiar, mientras que nosotros no tenemos ni de qué, ni por qué cambiar.
Pero será bueno que nos detengamos a pensar con toda sinceridad: ¿cómo sería el mundo, si todos fueran como yo? Quizá muy fácilmente nos auto adjudicamos el certificado de buena conducta, mientras somos muy exigentes en calificar negativamente al otro.
No caigamos en el error de aprobarnos a nosotros mismos diciendo: “somos buenos”; mejor analizarnos cómo debemos ser y esforzarnos por llegar a serlo. Así, cambiamos el “soy así” por el “tengo que ser así”. Soy “así”; pero, ¿estoy seguro de que debo ser así?
Mejor hacer un honesto examen de conciencia y preguntarnos: ¿Me juzgo tan perfecto, que no tengo nada qué cambiar? ¿Pienso que los que no son “así”, como yo, no son tan buenos como yo? ¿Por qué ellos deben cambiar su modo de ser y yo seguir como soy?
De ser así, debo reconocer que tengo un complejo de superioridad, que juzgo a los otros como inferiores. ¡Me convenzo y me juzgo casi perfecto, autosuficiente y miro a los demás con desprecio o subestimándolos!
No basta que sirvamos día y noche a Dios; es preciso que cada día lo hagamos con mayor perfección; ya a Abraham Dios le había trazado la senda: “Anda en mi presencia y sé perfecto” (Gén, 17,1)
No sea que Dios me invierta los papeles y me juzgue con la exigencia con la que yo juzgo a los demás. No juzguéis y no seréis juzgados; con la misma medida con que midiereis seréis medidos (Mt 7, 1-14) Norma justa establecida por Cristo para los suyos.
“No tenemos excusa, quien quiera que seamos, no juzguemos, pues juzgando a otros, a nosotros mismos nos condenamos, ya que hacemos las mismas cosas, que juzgamos”. (Rom, 2, 1).
La Cuaresma es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la Iglesia para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua. Es tiempo de arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo.
Cristo nos invita a cambiar de vida, escuchándolo, orando, compartiendo con el prójimo y haciendo obras de caridad. Por ello, la Cuaresma es el tiempo del perdón y de la reconciliación fraterna.
Cada día, durante toda la vida, hemos de arrojar de nuestros corazones el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen a nuestro amor a Dios y a los hermanos.
En Cuaresma, aprendemos a conocer y apreciar la Cruz de Jesús. Así, aprendemos también a tomar nuestra cruz con alegría para alcanzar la gloria de la resurrección.