lunes, 15 de julio de 2013

JUSTICIA, PERDÓN, ESPERANZA……

Ingrediente para lograr la felicidad

“¿Quiero ser feliz?. Primero está la justicia, ser bueno haciendo el bien para si mismo y para con los demás. ¿Quiero ser justo?. No tengo más que proponerme a serlo. De nada dependo para ello sino, de la fuerza de mi querer. Porque el pórtico de las virtudes, es posibilidad y puerta de entrada de las demás – dirá Péguy.
  
Ahora bien, como nadie es en todo momento y totalmente justo, siempre necesitamos algún perdón de quien quiera perdonarnos. Quien desee la injusticia no podrá recibir la absolución ni el perdón. Por la rehabilitación que el perdón introduce se reproduce la activación de la esperanza.

Cuando la reconciliación derivada del perdón tiene lugar, la esperanza se fortalece automáticamente. Porque la esperanza de felicidad produce mayor confianza (con-fianza, con fe): la persona esperanzada da crédito a la realidad, cree en ella, se aventura hacia lo venidero de forma venturosa, haciendo de su existencia una vida bienaventurada, feliz.

¿Cuáles son pues esas virtudes cotidianas y sencillas, franciscanas?. En primer lugar la fortaleza: “fortaleza” y “virtud” son dos formas distintas de decir lo mismo. Hay una fortaleza fuerte (el espíritu emprendedor, no siempre idéntico con el espíritu empresarial) y una fortaleza débil la que resiste.

La fortaleza esta atemperada por la templanza: un fuerte destemplado sería un violento violentador.. Esa fortaleza temperada necesita de la prudencia. Humildad es la última palabra de la virtud. Homo (hombre), humus (ceniza, barro) y humilis (humilde) nos hablan de una realidad existencial.

La prudencia no es verdadera si no es justa; ni es perfecta la templanza si no es fuerte, justa y prudente; ni es integra la fortaleza si no es prudente, fuerte y templada. Pues, aunque las virtudes son personales, sin embargo todas son eslabones de una misma cadena: todas son manifestaciones del amor; la única virtud que no tiene límite ni medida es el amor, nunca podremos decir que amamos demasiado, porque la medida del amor es amar sin medida.

Quien para ser virtuoso exige premio o recompensa es moralmente reprobable; la acción virtuosa tampoco está sometida al miedo, al castigo (haré tal cosa o no la haré solo para que no me castiguen); no se es virtuo so solo  por actuar según lo mande la ley  porque hay leyes anti éticas

(Publicado por el Profesor Carlos Díaz – Miembro del I. E.M)


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