Única mayoría numérica
Parafraseando al profesor Michael Novak, decimos que este artículo no es para santos, sino para mis correligionarios peregrinos en este valle de lágrimas. No ignoramos que muchas almas viven santamente su vocación de padres, empleados, docentes, vecinos, profesionales, etc; soportando con paciencia evangélica los duros rigores del diario vivir con ética. Yo pertenezco a la mayoría: la de los pecadores.
Tampoco se desconoce que la democracia es el mejor sistema que funciona en el mundo, porque protege de los abusos de ciertos grupos de presión o de individuos con ínfulas de vanidad, gloria y poder. Pero como todo sistema, el democrático también es moralmente problemático, afirma Novak – Los Negocios como vocación, 78
Muchos no comprenden absolutamente nada; otros lo asocian con libertinaje y, no faltan quienes por elevada dosis de idiotez moral o apatía moral, arrojan al cesto de basura. Los estudiosos de las conductas del hombre han diagnosticado en el idiota moral, la incapacidad de discernir entre el bien y el mal, aunque el mismo califique como de “alto rendimiento intelectual” ¿Cómo esto es?
Para responder la pregunta acudo a S. Núñez quien dice: “El hombre vive por debajo de su existencia cuando no tiene fortalecida su voluntad, de la misma manera que su intelecto” Es decir, sabe por la razón, qué debe hacer, pero su voluntad carece de fuerza para ponerla en marcha. Su interioridad, o está muy debilitada, o está definitivamente averiada.
Es así como vemos a diario reprochables conductas del homo sapiens quebrantando la armonía de la polis. Convivir -vivir-con- se vuelve lacerante, doliente y peligrosamente enojoso. El respeto al semejante y al bien común tiene igual valor que “moneditas”. El descenso del nivel ético de la humanidad se ha instalado con sello de grave crisis.
Este precioso tiempo de cuaresma puede servir para realizar un lento viaje por los laberintos de nuestra interioridad, realizar una auditoria moral de nuestros valores y a partir de entonces, tomar la decisión de morir a nuestros vicios, solicitar la redención y elevarnos con Cristo, para festejar con sobrada alegría la Pascua de Resurrección.
Un buen propósito sería, empezar limpiando nuestro sistema operativo de cinco pecados menores: “impuntualidad; mentirita piadosa; arrojar y permitir que arrojen basura a la calle; polución sonora y mediocridad” (el vaí-vaí y ñandé ko upeichante voí)
Solo así, como subraya Aristóteles, construiremos la arquitectura social. (él sabía muy bien que, incluso los hombres buenos, abandonan criterios éticos anteriores). Y Jesucristo nos ha legado la consabida Regla de Oro: “No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti” (Mt. 7,12).
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