Según el diccionario Larousse, sinónimo de dolor es daño, sufrimiento, aflicción, pena, angustia, arrepentimiento, lamento. ¿Qué mortal no ha experimentado a lo largo de su vida alguna experiencia del dolor?
Sin embargo, estamos en una cultura en la que sufrir es un dis-valor. Por ello no tenemos motivos para soportarlo, sino medios técnicos parta combatirlo. Rechazamos el sufrimiento, las molestias y la frustración, al tiempo que ansiamos la comodidad, el bienestar y la ausencias de angustias. Naturalmente, no estamos diciendo que debamos desear el dolor, puesto que es antinatural.
Pero el dolor, la decepción, el disgusto, la enfermedad están presentes y no siempre podemos esquivarlos. Al no poder soportar el padecer, aumenta el sufrimiento. El contrasentido se da cuando queremos escapar del dolor, porque volvemos a encontrarlo allí donde no esperábamos, ¿dónde?... en nuestra propia debilidad, en la insatisfacción ante las dificultades propias de la vida que se vuelven insoportables, es decir, en nuestra incapacidad para descubrir el sentido del dolor, nos enseña Ricardo Yepes Stork p.447, en "Fundamento de Antropología".
Así las cosas, no queremos ver el dolor, lo tapamos, lo ignoramos, lo negamos muchas veces, pero el dolor está ahí. Dadas las circunstancias, podríamos enfrentarlo y sacar de él una experiencia positiva. Aceptar el sufrimiento hace al ser humano más lúcido y maduro para alcanzar la libertad interior, a pesar de sufrimiento exterior.
El hombre doliente que acepta el dolor acepta su finitud, porque se encuentra en un momento importante de su vida. Puede comprender con luces nuevas, la distinción entre lo verdaderamente importante y lo que no lo es.
El dolor realiza en nosotros una catarsis, una purificación, no solo corporal sino espiritual; nos hace menos dependiente de nuestros caprichos; nos eleva por encima del interés porque aprendemos a renunciar a aquello que no podemos tener; por ejemplo, libertad de movimientos y fuerzas para hacer lo que queremos, incluso, relativizamos la importancia de necesidades que creíamos irrenunciables y hasta llegamos a prescindir totalmente de ellas con una capacidad de sufrir más allá del límite que no creíamos capaces de aguantar, afirma Yepes Stork.
Las personas dolientes se ennoblecen si han aprendido a ser fuertes para sobrellevar su dolor, porque les ayuda a tomar en serio aquello que verdaderamente lo es. Estas personas están vacunadas contra la insensatez, y se les nota, en su talante sereno y más difícilmente alterable, porque las hacen dueñas de sí.
Por consiguiente, “yo solo puedo afrontar el sufrimiento con sentido, si sufro por alguien o por algo". El sufrimiento, para tener sentido, no puede ser un fin en sí mismo. Aquel que no acepta el sufrimiento, la decepción, el dolor, fácilmente optará por el suicidio o por la eutanasia.
Aguantar el dolor no significa buscarlo, gozarse en la queja y en la debilidad, ser masoquista, sino sobrellevarlo por la esperanza de alcanzar los objetivos anhelados. “Sólo el sufrimiento asimilado deja de ser sufrimiento”, y pasa a ser parte del camino hacia nuestra meta. Ya lo decía Nietzsche: “Cuando un hombre tiene un por qué vivir, soporta cualquier cómo” La fuerza para sufrir brota de los motivos que se tienen para seguir viviendo. Si éstos no existen, no es posible soportar una vida difícil.
Entonces se rompe el matrimonio, la relación entre personas, se pierde el trabajo, se contrae una enfermedad o se zambulle en vicios, y cuando ya no hay esperanzas porque el fracaso se ha apoderado del hombre, éste se mata. Hace falta comprender que el dolor, causado por nosotros mismos o no, es el banco de pruebas de la existencia humana. No olvidemos que un número considerable de compatriotas está fracturado por un mar de dolores de distintos grados.
Que este tiempo de cuaresma nos ayude a acompañar al Cristo sufriente por causa de su amor a nosotros, y que nuestro dolor complete su inmolación. Así daremos sentido al dolor y capitalizaremos crédito para nuestra eterna morada.
foto:actiweb.es
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