martes, 4 de enero de 2011

EL HOMBRE PARAGUAYO DEL BICENTENARIO

¿Utopía Posible?
 Irrebatible realidad es que, ser hombre es una tarea titánica. La profesión primaria, se oye decir, es la que es común a todos los seres y nos corresponde por el mero hecho de vivir. Es el difícil oficio de “ser hombre”, en su más encumbrada expresión.

Y soñando con una utopía posible, me permito señalar algunas sugerencias que se pueden ensayar, para el logro efectivo de reconstruir al hombre compatriota del 2011:

Sentido de pertenencia. Ser paraguayo no es ninguna deshonra. Nunca lo ha sido. Entre otras cualidades que debemos y podemos recuperar se encuentran la hospitalidad, la jovialidad, el respeto a las personas, a las instituciones y a nosotros mismos. “El Paraguay es mi casa” podría ser el lema que recree, una y reúna a la nación guaraní, a través del folclore, la música paraguaya, las comidas típicas y nuestro dulce idioma. (No como el que se enseña hoy, un guaraní de laboratorio, culí y argel que sólo provoca rechazo)
Que la ligereza con que muchos despreciamos lo nuestro, para abrazar con inusitado fervor, indecentes modismos y baratijas foráneas, sean sepultados con el año que termina. ¡No nos avergoncemos de ser paraguayos!

      Que los Poderes del Estado se rediman de su incompetencia y pigmea filosofía caníbal, pues éstas sólo producen hombres estrella y no equipos corresponsables que trabajan por el país, a quien dicen servir. Ello, entre otros, supone eliminar la floreciente industria del compadrazgo, la complicidad, la adulonería, las amantes de escasos atuendos pero abundantes siliconas y poco seso, el cuaterismo, así como la excesiva y pesada burocracia que alimenta la coima y voraz corrupción que engalanan a nuestras Instituciones.

     Que la tan mentada educación produzca estudiantes y profesionales idóneos, competentes y honestos. Hoy el mercado está inundado de incompetentes egresados, con serios problemas con la lengua de Cervantes - para hablar y escribir – cuando no, de neotiburones que con ferocidad compiten - las más de las veces - en las anchas avenidas de la ilegalidad. No debemos temer a la competencia, sí a nuesyra propia incompetencia, nos recuerda Miguel A. Cornejo

      Finalmente y, habida cuenta que somos un pueblo mayoritariamente cristiano, hagamos el esfuerzo de recuperar y fortalecer valores como la decencia, respeto, honestidad, puntualidad, así como la espiritualidad. La mitad superior del hombre, que es la interioridad, nos lo reclama. Recordemos que somos carne espiritual y espíritu encarnado y por lo mismo, somos más que estructura ósea, pulsiones y nervios.

Repito esta verdad aprendida hace algún tiempo: “Si Dios no pasa por la aduana de nuestra mente, no tendrá visa de entrada en el territorio del interior humano, y por consiguiente, tampoco en el territorio nacional”.
Sólo con ayuda divina podremos lograr los objetivos señalados, pues el Salmo vuelve a insistirnos: “Si Dios no edifica la ciudad, en vano trabajan los que en ella se fatigan

Feliz año 2011

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