Diversión y esparcimiento son palabras agradables porque en sus regazos lo “pasamos bien”, y deseamos que la fiesta continúe. Y mientras dure el entretenimiento, generalmente nos olvidamos de lo serio. Naturalmente, el cine, la televisión, el deporte, el paseo, mirar el mar, viajar y demás etcéteras, son actividades útiles y necesarias.
Pero cuando el entretenimiento pasa a ser el fin de la vida, es que hemos caído en una especie de existencia no auténtica - afirma Ricardo Yepes - Fundamentos de Antropología, p. 429 y sgtes – en el cual, lo que en realidad hacemos es huir del aburrimiento y de nosotros mismos, porque estamos vacios: buscamos diversión para borrar el desánimo.
Diversión viene de di-vertere que significa <verterse hacia afuera>: “quien no es capaz de interesarse radicalmente por nada ni por nadie, se aburre, y para salir del aburrimiento se consume en la diversión” Así las cosas, la diversión que se convierte en objetivo de la vida, obliga a buscar fuera lo que uno no tiene dentro (fines, objetivos, valores).
Se trata de un activismo externo, una ausencia de interioridad que podemos llamar Vyroreí, que se alimenta de lo intrascendente, para vivir aturdido en la superficie de la vida, con una notoria incapacidad de entrar dentro de nosotros mismos. Este tipo de persona vive una apariencia, incapaz de dialogar, de darse a conocer, porque no tiene nada que dar a conocer, ni nada importante que decir. Son personas que fuera de su trabajo solo hablan de trivialidades y se jactan de anécdotas del Vyroreí: qué comieron, y cuántos litros de cerveza bebieron acompañados de desagradables ruidos, mal llamados música.
Por consiguiente, las personas que caen en este estado pueden vivir en él toda la vida. Se trata de una conducta que no vive según la razón sino de caprichos, que da importancia a lo que no la tiene, que es inconstante y volátil. Buscan solo divertirse cuando pueden. Estos individuos, en una sociedad como la nuestra, se convierten en puros consumidores-espectadores de los muchos devoradores-espectáculos disponibles, pero no saben decidir por sí mismos, pues pierden identidad -¡no existimos, olúo!, afirman muchos jóvenes, cuando no hacen lo que dicta la masa, es decir, los otros.
Envueltos en esta melodramática realidad, el terreno está preparado para hacer de la ebriedad sin medidas un recurso con el que experimentar lo desconocido. Paulatinamente la objetividad, el respeto y la decencia son desplazados por la grosera prepotencia, no es raro por tanto, ver tantos deformados jóvenes compatriotas, desbocarse alocadamente al precipicio de la nada.
El saldo de toda esta “masturbación social” es el malestar y la falta de sentido: una existencia que termina siendo tragada por el vacío y la nada. Pregúntese estimado lector, ¿Por qué un considerable número de jóvenes de entre 15 y 25 años acaba suicidándose, al tiempo que tantos adultos, en lamentable estado de enfermedad terminal, se aferran a la vida y luchan por ella?
La vida de quien vive y cultúa la sola diversión, probablemente se trate de una vida desintegrada, para la cual la divertida-joda es un remedio adormecedor, que impide despertar, tomarse a sí mismo en serio - no en serie – que busca evolucionar a través de la ocurrencia del momento, esto es, salir de lo normal para zambullirse en lo ridículo. ¿No tenemos, en gran medida, culpas los inútiles permisivos papás en este desorden establecido?
Ya el registro bíblico nos enseña: “Hay tiempo para todo, tiempo para reír, llorar, para trabajar, para morir..(Eclesiastés 3, 1-8), pero no para morirse de estupidez que provoca el aburrimiento. Por tanto, que la diversión sea provechosa y no una suerte de hipoteca del resto de vida que nos quede.
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