Dice Adolfo
J. Castañeda: “El relativismo consiste en que la verdad de todo conocimiento o
principio moral depende de las opiniones o circunstancias de las personas. Como
las opiniones y las circunstancias son cambiantes, ningún conocimiento o
principio moral, según esta postura, es objetivo o universal”.
Es decir, el relativismo afirma que ningún conocimiento o principio moral es verdadero independientemente de las opiniones de las personas o de sus circunstancias, ni tampoco, por esa misma razón, es válido para todos en todo tiempo y lugar.
En
realidad, el relativismo, en cuanto al conocimiento de la realidad en general, es
agnosticismo (niega, o pone en duda, la capacidad del ser humano de conocer la
verdad real, objetiva; y, en cuanto al conocimiento de lo moral, en
individualismo o subjetivismo).
Una de ellas es el considerar que todas las opiniones morales tienen la misma validez, sin importar que algunas de ellas sean contrarias entre sí. El relativismo moral odia a las jerarquías de las ideas.
El relativismo moral o
ético da igual valor, legitimidad, importancia y peso a las opiniones
morales y éticas sin importar de quién, cómo, cuándo y dónde se expresen; por
tanto, las opiniones morales o éticas, que pueden variar de persona a persona,
son igualmente válidas y ninguna opinión de “lo bueno y lo malo”.
Algunos afirman que situaciones cambiantes hacen cambios en la moralidad – en situaciones diferentes, diversos actos podrían ser calificados como incorrectos en otras situaciones. Pero hay tres cosas por las cuales debemos juzgar una acción: la situación, el acto, y la intención.
Dice A. Milagro: “Dios te dio cabeza, manos y corazón: cabeza para pensar, manos para obrar, corazón para sentir. Necesitas de las tres cosas; no pretendas desprenderte de ninguna de ellas, pues quedarías incompleto, imperfecto: no serías hombre.
No puedes prescindir de la cabeza, porque tus obras serían imprudentes y podrían llevarte al fracaso; no puedes prescindir de las obras, pues, de lo contrario, tus pensamientos serían estériles e infecundos; no puedes olvidarte del corazón, pues tus pensamientos y tus obras resultarían muy fríos y por lo mismo no serían humanos.
Ni cabeza sin manos y sin corazón; ni manos sin pensamientos y sin corazón; ni corazón sin ideas y obras. La cabeza, para pensar; las manos, para obrar; el corazón, para sentir. Y pensando, obrando y sintiendo llegarás a ser íntegramente hombre.
“Mejor es refugiarse en Dios, que confiar en el hombre” (Sal 118, 8). “Líbrame del hombre malo y del violento guárdame” (Sal 140, 2 ss) ¡Ta upéicha!