¿QUÉ ES…QUÉ NO ES?
El diccionario dice: “Hipocresía es la actitud de fingir determinadas ideas, sentimientos o cualidades que son contrarias a las que en realidad se sienten, se tienen o piensan”.
Sabido es que, por nuestra naturaleza caída, los seres humanos mentimos por razones varias: ocultar una enfermedad grave, inventar excusa al llegar tarde al trabajo, atribuirnos méritos que no poseemos, modificar montos en boletas de venta, entre otras “avivadas” envueltas en el “rubro de mentiras piadosas”.
Está también la
hipocresía formal – de etiqueta-, en algún encuentro
institucional o político; al acercamos a los “tiburones de
dientes largos y afilados” (a quienes odiamos o
envidiamos) con halagos, fingimos
sonrisas. Pero de regreso a casa, arremetemos con críticas de
grueso calibre. Y la lista puede seguir…
No siempre somos
veraces por temor al rechazo, o para que la otra persona no se sienta mal. Nos
mentimos a nosotros mismos al decir: “fue un placer” cuando nunca fue un
placer. Es que el hombre, animal inteligente, es al mismo tiempo, el más miserable, mezquino y sucio.
Pero, estamos llamados a ser íntegros, aunque no sea fácil, porque es la única
forma de vivir en paz.
Jesús distingue entre pecado y
pecador. Con el pecado es intolerante. Con el pecador, misericordioso. En cada
pecador ve a un hijo de Dios desatinado. Sus palabras son tiernas y perdona
ante el menor signo de arrepentimiento.
Jesús se da a los pecadores, no evita hablarles: come con ellos. Comer con alguien es signo de comunión. Él come con ellos para acercarlos al banquete celestial. Ama primero al pecador y luego le invita a la conversión. Rechaza el pecado. (Jn 8,11. No prefiere a unos sobre otros: Él vino a sanar al enfermo, a rescatar al perdido, sea quien sea (Lc 7, 50).
No tenemos control sobre los demás. Cada uno es único responsable de sus propias acciones. Lo que debemos hacer es, controlar nuestros pensamientos y aceptar los límites, es decir ocuparse cada uno de sí mismo sin juzgar a los demás. No pretendamos controlar la conducta de los demás, aunque creamos que sería mejor para ellos.
Entonces, “no hablar, no saludar, no meterse con el
hipócrita, autoexcluirse o auto-blindarse para no ser hipócrita”, es admitir
el error como bueno, ¿humanamente explicable?, pero cristianamente y éticamente
inaceptable, porque “si nos alejamos de los malos para no contaminarnos”, forzosamente
concluiríamos que, Jesús es un hipócrita profesional.
El Señor dice que el
“trigo crece con la cizaña”, (Mt. 24,30) es decir, “que crezcamos junto a
ellos, tal vez con la esperanza que nuestra luz alumbre más fuerte que su
oscuridad y termine iluminándolos también”. Esto, lejos de ser hipocresía, es mucho
coraje.
Reiterando: Jesús vino
a sanar a "los enfermos". Nosotros
mismos fuimos sanados de tantos y grandes pecados, luego, ¿por qué ahora queremos actuar con despiadada
dureza con los otros?
Nuestro deber como
cristianos es perdonar, dar ocasión de cambio a los más pecadores, tal como Dios
hace con nosotros, perdonándonos una y otra vez. ¡En la oración del “Padre
Nuestro”, se establece este requisito!.
Conclusión: Si el Maestro Jesús enseña no
condenar al semejante, debemos obedecerlo. De lo contrario, nuestra vida será
infectada por la desobediencia y puritanismo, que matará todo lo sano
de las enseñanzas éticas y cristianas.
Ya lo dijo Gutzon Borglum, escultor estadounidense (1867-1941) “El puritanismo nos ha hecho tan
estrechos de mente y de tal modo hipócritas y ello por tan largo tiempo, que la
sinceridad (…) han sido
completamente desterrados con el consecuente resultado que ya no pudo haber
verdad alguna, ni en los individuos ni en el arte”.
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