Solemos decir o escuchar: “Ni los dedos
de las manos son iguales” Pero, saber que tal dicho es verdad, no garantiza que
en la práctica aceptemos las diferencias del modo de pensar, hablar o accionar
del otro.
Dicen los expertos que aceptar al
semejante es un modo para crecer como personas y fomentar una cultura de paz y
respeto a nuestro alrededor.
Tenemos distintas creencias, ideas,
gustos y maneras de conducirnos en la vida. Somos diferentes en lo físico, en
lo moral, en inteligencia, en lo social, económico, credo, profesiones, y
además, diferentes historias de vida.
Los humanos estamos llamados a vivir en
sociedad y dadas nuestras diferencias, debe unirnos: el respeto y la
comprensión por las diferencias del otro. Esto supone un titánico desafío que
consiste en tener la suficiente valentía de aceptar al otro.
¿Por qué valentía? Porque hace falta
valentía y honestidad para reconocer que puedo ser igual o peor, que el
semejante, y no rechazarlo.
No es necesario harto conocimiento para concluir que muchos
problemas son originados por pueriles disputas sin ninguna trascendencia. ¿Qué decir
de un estúpido “vyroreí”, como el
resultado de un partido de fútbol, suponga matar al otro?
¡Estoy en desacuerdo con el mal!,
vociferó furioso el hombre ante una injusticia sufrida por parte de la
“justicia”. Y agregó, ¡y los LGBT…el IPS, y los ladrones del Estado…y por fin,
acabó con una letanía de males que azotan al pueblo guaraní!...
Tratando de calmarlo…un compañero de
trabajo lo toma afectuosamente del hombro y le dice bajito: “Tranqui
anguirú…si vamos a castigar a los delincuentes al estilo Juana de Arco,
quedaremos solamente setecientos mil…ya no seremos siete millones”
A parecer, quedó algo sorprendido…tal
vez,
en su fuero interno, haya considerado que él, pudiera no ser parte de los
setecientos mil sobrevivientes del eventual holocausto. Ya más calmado,
tereré en manos se alejó
Cuando hablamos de tolerancia no estamos
apoyando el mal. Quien comete un mal tiene que pagar. Responsabilidad es
aceptar las consecuencias de los propios actos. Si toleramos el crimen, somos
cómplices. Tolerar NO significa dejar impune un mal.
Si aceptamos que somos diferentes y creemos
poseer la capacidad de reencauzar la conducta del delincuente…hagámoslo. Si queremos
ayudarlo, intentemos, quizá seamos el medio para su reinserción en su familia,
en su trabajo, en la sociedad.
¿Cuántas veces hemos sido lapidarios con
el otro, sólo por el hecho de no acudir a la farra” o abandonar más temprano un
encuentro social o familiar? ¿Cuántas veces hemos denigrado con el apelativo de
inútil lorito oga?
Tenemos la oportunidad de ayudar a quienes
nos rodean -parientes, amigos, compañeros de trabajo… - y tratar de tolerarlos.
Es posible que un terrícola con excelente
notas se haya graduado de “Gerente general del Universo”, pero, ¿cómo maneja su
inteligencia emocional? D. Goleman,
psicólogo de Harvard habla muy claro sobre la Inteligencia Emocional (CE).
¿Cuántas veces hemos calumniando al hermano
por el solo hecho de no compartir nuestras ideas? Y de ¿cuántos otros pecados de
pensamientos, obras y omisiones más hemos de arrepentirnos?
Si
cayéramos en desgracia… ¿no querríamos
acaso que sean tolerantes con nosotros?
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