¡Útil… como muletas de plástico!
Verdad es que vivimos una democracia
inestable que se nos escapa de las manos por no saber administrarla. Antes se
obedecía por “orden superior”, hoy en la patria de hombres libres (¿qué tan
libres?) los que dicen representar al pueblo, actúan con talibanesca
obediencia, por considerarse disciplinado
y respetuoso de las decisiones consensuadas.
Viejas prácticas de corrupción han sido
exhumadas. Éstas hacen del hombre un animal extraviado en su atávica angurria, por participar en la loca carrera de "ganar y tener más", como sea.
Pero, como el mal no es absolutamente
malo, han aparecido los Códigos de Ética en algunas Instituciones, que nos
permiten – al menos – la esperanza de corregir vicios, porque tal Código, se
erige como elemento de ayuda para generar mejores personas, mejores empleadores
y mejor empleo. Esto supone un compromiso de funcionarios – de todos
los niveles - con valores de responsabilidad, transparencia y
honestidad.
La Ética es una actitud, un modo de ser,
para cumplir con la ley. Nace con la persona como un anhelo de ser mejor y
vivir con excelencia, al decir de Sócrates, para contribuir con la patria
soñada, con el bien común, sin
olvidar nunca, algunos puntos muy sabidos por todos y son:
a- Los bienes y recursos públicos están
destinados exclusivamente al Bien
común.
b- El interés general prevalece sobre el interés particular.
c- El funcionario público es un
servidor. Está al servicio de la
ciudadanía.
d- Toda gestión pública está abierta a la contraloría ciudadana.
e- El que administra bienes públicos, está
obligado a rendir cuentas de su gestión, porque el dinero que gestiona, es de la ciudadanía. No es dueño del
dinero ajeno, ni el jefe, encargado o gerente….por tanto, no es lícito fagocitar escandalosos e inmorales sueldos
a expensas de miles de compatriotas excluidos.
Quien así no lo hace, es ladrón por acción
u omisión. El funcionario público debe recordar siempre, esto que dice Carlos Díaz:
“A todos los que hacen
injusticia, explotación, el mal, debemos oponer nuestra resistencia. Luchar
permanentemente contra el mal, ayudando a los malos, a desposeerse de aquellas
herramientas que hacen daño. Es como realizar una extirpación benigna de un
tumor maligno. Oponerse con amor es, no votar al malo…, no callar lo que está
mal, llamar a la corrección fraterna.
La pregunta ahora es: ¿Por qué no se aplica el Código de Ética a tantos
funcionarios gravemente comprometidos en hechos de corrupción?
Si un Código de Ética, es alentada y aplaudida, pero al mismo tiempo, obstinadamente rechazada, tal Código
será tan útil como muletas de plástico sobre el caliente asfalto de verano, es decir,
absolutamente inútil, tanto como aquellos que debieran cumplir o hacerlas cumplir.
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